Fals Borda origenes y retos de la IAP
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Peripecias Nº 110 - 20 de agosto de 2008
MUNDO
Orígenes universales y retos actuales
de la IAP (investigación acción participativa)
Orlando Fals Borda
O. Fals Borda
(1925-2008) fue un
destacado
investigador y
sociólogo
colombiano.
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A finales del año pasado recibí de la Universidad de Bath (Inglaterra) una invitación para
contribuir, con mis memorias y apreciaciones personales, a un Manual Internacional de
Investigación Acción que publicará SAGE en Londres. Decidí aceptar por tres razones: 1)
Creo llegado el momento de hacer un balance histórico-intelectual de lo realizado sobre el
tema en varios países, en especial en Colombia que fue uno de los pioneros. 2) El Manual
puede ser una contribución a la búsqueda de paradigmas alternos en las ciencias
contemporáneas, lo que volverá a discutirse en el próximo Congreso Mundial de la IAP en
Australia en septiembre del 2000. 3) Quise que Análisis Político y su público conocieran antes
estas reflexiones, por cuanto debemos al IEPRI mucho del impulso mundial del tema
mediante su auspicio del Congreso de 1997. Esta es entonces la versión española de la que
se leerá posteriormente en inglés, con lo que aspiro a cerrar el ciclo de mis intervenciones
publicadas sobre la materia (que Análisis Político inauguró en 1988), dejando paso a los que
vienen.
Los últimos treinta años fueron testigos de una deliberada transición en la forma como se han
venido examinando las relaciones entre la teoría y la práctica. A partir de la conocida
insistencia académica sobre la neutralidad valorativa y la independencia en la investigación,
por las insatisfacciones que éstas producen resultó compulsivo para muchos asumir
posiciones personales más definidas en cuanto a la evolución de las sociedades. Las
recurrentes crisis estructurales que todos experimentamos lo han venido haciendo necesario.
Esas tensiones vitales activaron en estos años conocimientos y técnicas relativamente
nuevas, comprometidas de lleno con la acción social y política, que han tenido como objetivo
inducir las transformaciones consideradas necesarias. Las condiciones para llevar a cabo
tales tareas parecían y siguen siendo evidentes: se hallan a flor de tierra en regiones pobres y
subdesarrolladas, donde una explotación económica extrema y dura ha ido acompañada de
destrucción humana y cultural.
El presente artículo explica cómo un buen grupo de intelectuales (sociólogos, economistas,
antropólogos, teólogos, comunicadores, etc.), entre ellos el autor, preocupados por
situaciones tan problemáticas, trabajamos para hacerles frente. Trataré de describir las
principales formas que ha tenido aquella búsqueda, en la que han confluido una metodología
participativa de investigación y una filosofía positiva de vida y de trabajo. Además, me referiré
a algunos de los “retos del futuro” que se evidenciaron y discutieron en el Congreso Mundial
de Convergencia Participativa realizado en Cartagena en 1997.
1970: Un año crucial
El primero de una serie de puntos de inflexión afectados por las invivibles situaciones que
observábamos, ocurrió en 1970. Entendíamos que las crisis se producían por la expansión del
capitalismo y por la modernización globalizante, fenómenos que estaban acabando con la
textura cultural y biofísica de las ricas y diversificadas comunidades que conocíamos. Guardar
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silencio y hacernos los ciegos ante el colapso de valores y actitudes sobre la naturaleza y los
seres humanos que creíamos positivas, era una tragedia que sufríamos como en carne
propia.
Para prepararnos mejor en tan difíciles coyunturas, tuvimos necesidad de hacernos una
autocrítica radical así como de reorientar la teoría y la práctica social. La experiencia iba en
contravía de nuestras concepciones sobre la racionalidad y el dualismo cartesianos y sobre la
ciencia “normal”: de éstas no podíamos derivar respuestas certeras ni obtener mucho apoyo,
en especial de las universidades e instituciones donde nos habíamos formado
profesionalmente. En consecuencia, a medida que nos sentíamos más y más insatisfechos
con nuestro entrenamiento y con nuestro aprendizaje, algunos de nosotros rompimos las
cadenas y decidimos abandonar la academia.
Fue precisamente en el curso del año de 1970 cuando empezamos a crear instituciones y
formalizar procedimientos alternos de investigación y acción, enfocados hacia los problemas
regionales y locales en los que se requerían procesos políticos, educativos y culturales
emancipativos. Curiosamente, estos esfuerzos sobre la sociedad y la cultura se realizaron de
manera independiente y casi al mismo tiempo en continentes diferentes, sin que ninguno
hubiera sabido de lo que los otros estaban haciendo. Fue como una telepatía inducida por la
urgencia de comprender la naturaleza del mundo trágico y desequilibrado que se estaba
formando. También acusamos el estímulo de las revoluciones políticas del siglo XX.
Entre aquellos trabajos de 1970 que tuvieron efecto considerable en nuestras subsecuentes
actividades con el empleo de la Investigación (Acción) Participativa que se fue formando (1),
destaco los siguientes:
- La aparición del Bhoomi Sena (Ejército de la Tierra) en Maharashtra, India, con masivas
tomas pacíficas de tierra dirigidas por Kaluram, un científico social que nunca terminó sus
estudios, pero que asistió en la formulación de principios básicos de IP (2).
- La organización y registro formal en el Ministerio de Justicia de una de las primeras ONG de
Colombia, la Rosca de Investigación y Acción Social, fundada por un grupo de profesores que
habíamos abandonado los predios universitarios y empezábamos a cooperar con campesinos
e indígenas para combatir el latifundio (3)
- La terminación de un proyecto de inmersión participativa de cinco años en la aldea de Bunju
en Tanzania, por la antropóloga Marja Liisa Swantz, proyecto que abrió posibilidades de
investigación alternativa en el África y en otras partes del mundo (4).
- La comunicación subterránea, de mano en mano, que facilitó la lectura en el Brasil del
clásico libro de Paulo Freire, Pedagogía del oprimido, antes de su publicación por fuera del
país durante el mismo año. Paulo, quien ya estaba exilado por la dictadura militar, encontró un
hogar intelectual en el Centro IDAC del Consejo Mundial de Iglesias, Ginebra, Suiza, que
dirigían los educadores Miguel y Rosisca Darcy de Oliveira (5).
- Como en el Brasil, durante el mismo año en México, Guillermo Bonfil y un grupo de colegas
iniciaron acciones críticas en la Universidad Nacional Autónoma para exigir cambios en la
orientación del departamento de antropología (6). Otro crítico, Rodolfo Stavenhagen,
trabajaba entonces en Ginebra en el Instituto de Estudios Laborales terminando su influyente
ensayo, “Cómo descolonizar las ciencias sociales aplicadas”, y preparándose para regresar a
su país y fundar el innovador Instituto de Cultura Popular (7).
Durante el mismo año, hubo esfuerzos dispersos, pero convergentes, en Paris, Ginebra y
México donde aparecieron materiales de apoyo sobre “engagement” (compromiso),
subversión, herejía, liberación y crisis política. Estos materiales fueron publicados en la revista
Aportes, en la serie de lecturas de conferencias del Foyer John Knox, y en la nueva casa
editorial “Nuestro Tiempo” (8). Y más que coincidencial, luego de la rebelión parisina
estudiantil de 1968, salieron a la palestra los maestros de la Escuela de Frankfurt, y Tom
Bottomore, Henri Lefebvre y Eric Hobsbawm, entre otros, que impulsaron la transformación en
ciernes y desafiaron la institucionalidad dominante.
Fue también especialmente valiosa para nosotros la aparición en 1970 de la edición en la
Universidad de Minnesota del libro Contra el método, de Paul K. Feyerabend, distinguido
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colega de Thomas Kuhn el reformulador del concepto de paradigma. Este libro nos suministró
munición adicional para avanzar en los empeños de transformación sociopolítica de nuestras
sociedades, ya que presentaba tesis sobre la utilidad del anarquismo como filosofía para
reconstruir la epistemología, y para disponer de mejores bases en la práctica científica.
Algunas preocupaciones iniciales
Al discurrir la década de los 70, nos resultó cada vez más claro que la I(A)P necesitaba de
nuevos elementos conceptuales que guiaran nuestro trabajo. Queríamos ir más allá de los
primeros e inseguros pasos que habíamos dado con la psicología social (Lewin), el marxismo
(Lukacs), el anarquismo (Proudhon, Kropotkin), la fenomenología (Husserl, Ortega), y las
teorías liberales de la participación (Rousseau, Owen, Mill). No nos pareció suficiente hablar
sólo de acción o de participación. También sentimos la necesidad de continuar respetando la
validez inmanente de la metodología crítica, aquella que dispone de una sola lógica para la
investigación científica, tal como nos lo enseña (9). Queríamos realizar nuestras tareas con la
misma seriedad de propósitos y cultivada disciplina a que aspiran aún las universidades.
De estas urgencias de los años 70 derivamos las preocupaciones iniciales del qué hacer.
Además de establecer las reglas de una ciencia rigurosa y pertinente, quisimos prestar
atención al conocimiento de las gentes del común. Estuvimos dispuestos a cuestionar los
meta-relatos de moda, como el liberalismo y el desarrollismo. Descartamos nuestra jerga
especializada con el fin de comunicarnos en el lenguaje cotidiano y hasta con formas de
multimedia. Y ensayamos procedimientos novedosos de cognición, como hacer investigación
colectiva y con grupos locales con el propósito de suministrarles bases para ganar poder.
Ahora, con el beneficio del retrovisor, podemos ver que, en algunas formas, nos anticipamos
al postmodernismo. Cuando nosotros trabajábamos así, los pensadores de esta corriente
apenas iniciaban su juego. Creo que nosotros los desbordamos cuando buscamos articular
los discursos con experiencias prácticas y observaciones concretas en el terreno, en lo que
llegamos a diferenciarnos de ellos.
A partir de esta serie de preocupaciones prácticas, asumimos tres grandes retos relacionados
con la deconstrucción científica y reconstrucción emancipatoria que queríamos realizar. El
primer reto tuvo que ver con las relaciones entre ciencia, conocimiento y razón; el segundo,
con la dialéctica entre teoría y práctica; y el tercero, con la tensión entre sujeto y objeto. A
continuación me referiré sucintamente a cada uno de estos retos y a las formas como
tratamos de asumirlos.
Sobre la ciencia, el conocimiento y la razón
Para empezar a dirimir estas cuestiones, pusimos en entredicho la idea fetichista de ciencia verdad que nos había sido transmitida como un complejo lineal y acumulativo de reglas
confirmadas y leyes absolutas. Empezamos a apreciar, en los hechos, que la ciencia se
construye socialmente, y que por lo tanto queda sujeta a interpretación, reinterpretación,
revisión y enriquecimiento. Nos pareció obvio postular que el criterio principal de la
investigación debería ser la obtención de conocimientos útiles para adelantar causas justas.
De allí provino la dolorosa confirmación de nuestra propia incapacidad para adelantar estas
tareas, pero también la esperanza de descubrir otros tipos de conocimiento a partir de fuentes
reconocidas pero no suficientemente valoradas, como las originadas en la rebelión, la herejía,
la vida indígena y la experiencia de la gente del común.
Al descubrir las formas de producir convergencias entre el pensamiento popular y la ciencia
académica, creo que pudimos ganar un conocimiento más completo y aplicable de la realidad,
en especial para y por aquellas clases desprotegidas que tienen necesidad de apoyos
científicos. Hallamos que era posible y conveniente efectuar estas convergencias. La
necesaria armonía intelectual de la nueva experiencia pudo obtenerse apelando a aquellos
pioneros que se habían apartado de algunas formas del empirismo lógico, del positivismo y/o
del funcionalismo. Así, de Kurt Lewin y Sol Tax tomamos el concepto triangular de la
“investigación acción” (IA). Del informe de Daniel P. Moynihan sobre la pobreza (para el
gobierno del Presidente Johnson de los Estados Unidos) (10), dedujimos que la IA era en
efecto aplicable en comunidades no muy consideradas, como las negras, lo que estimuló la
serie posterior de “subaltern studies”. Y el educador americano Myles Horton, junto con los
mineros del carbón de los montes Apalaches, logró fundar el Centro Educativo e Investigativo
de Highlander, que se convirtió en un bastión de la IP (11).
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Para discutir el difícil problema del propósito de la ciencia y del conocimiento, empezamos a
examinar con mayor cuidado los conceptos de racionalidad transmitidos desde el siglo XVII.
Ahí constaban la operatividad racional de Newton y la razón instrumental de Descartes para
comprender y controlar la naturaleza. Como se sabe, estas ideas adquirieron de manera
implícita un componente autoobjetivo identificado luego con el cientifismo. Pero, en cambio,
también aparecieron los argumentos de Bacón y Galileo sobre la práctica y las necesidades
comunitarias, con el fin de justificar la existencia de la ciencia y explicar las funciones
generales de la vida cotidiana. Estos dos procedimientos, que quedan igualmente sujetos a
procesos de causa y efecto, pueden sumarse si recordamos que el conocimiento popular
siempre ha sido fuente del conocimiento formal. Por lo tanto, el principio de acumulación
académica con sabiduría del común se convirtió en un importante cartabón teórico para
nuestro movimiento, sin necesariamente darle siempre la razón al pueblo. Tratamos de hacer
un rescate crítico de lo popular evitando las trampas de la apología del populismo.
Igualmente confirmamos nuestra impresión de que este proceso cognitivo tenía un
componente ético. Al dar por sentada la vida corriente y dejarla de lado, con la racionalidad
instrumental se había permitido acumular un potencial letal que puede llevar al genocidio y a
la destrucción mundial, como lo hemos palpado en nuestro siglo. Los científicos
instrumentales pueden así descubrir fórmulas que capaciten llegar a la luna; pero sus
prioridades y valores personales les impiden resolver los sencillos problemas de la campesina
que debe buscar cada día el agua para su casa. Lo primero es de interés del desarrollo
técnico; lo segundo es expresión de inhumanidad e inequidad.
Por estas razones llegamos a declarar que las gentes del común merecen conocer más sobre
sus propias condiciones vitales para defender sus intereses, que aquellas otras clases
sociales que han monopolizado el saber, los recursos, las técnicas y el poder mismo, es decir,
que debemos prestar a la producción del conocimiento tanta o más atención que a la
producción material. Así podíamos inclinar la balanza en pro de la justicia para los grupos
desprotegidos de la sociedad.
En esta forma, la ciencia bien concebida exige tener una conciencia moral, y la razón habrá
de ser enriquecida -no dominada- con el sentimiento. Cabeza y corazón tendrían que laborar
juntos, enfocando desafíos que no se pueden encarar sino con posiciones éticas que busquen
equilibrar lo ideal con lo posible mediante la aplicación de una epistemología holística. Estos
argumentos, que tienen que ver con la construcción de un paradigma científico satisfactorio,
los elaboro más adelante.
Sobre teoría y práctica
Al entender más claramente cómo el conocimiento popular podía ser congruente con la
heredad de la ciencia académica, tuvimos que descartar algunas definiciones profilácticas de
“compromiso” (compromiso-pacto) que nos habían enseñado. Advertimos que aquellos
colegas que aducían trabajar con neutralidad y objetividad absoluta, terminaban voluntaria o
involuntariamente apoyando el statu quo, con lo que obscurecían la realidad o buena parte de
ella, e impedían las transformaciones sociales y políticas en las que estábamos inmersos o
que ansiábamos impulsar. Rechazamos la tradición académica de utilizar (y a veces explotar)
la investigación y el trabajo de campo principalmente para hacer carrera.
Estas preocupaciones nos llevaron a dos etapas difíciles y algo peligrosas: 1) la de
descolonizarnos, esto es, descubrir en nuestras propias mentes y conductas aquellos rasgos
reaccionarios que se nos habían implantado, mayormente por el proceso educativo; y 2) la de
la búsqueda de una estructura valorativa basada en la praxis que, sin olvidar las reglas de la
ciencia, pudiera dar soporte a nuestra obra.
Este compromiso-acción, inspirado en la praxis, encontró fundamento en la actividad
iconoclasta de líderes del Tercer Mundo como el sociólogo-sacerdoteguerrillero Camilo Torres
en Colombia, a quien delineamos como prueba del “subvertor moral”; del educador Paulo
Freire tomamos el atrevido modelo de la “concientización dialógica”; del Mahatma Gandhi, la
práctica de la no-violencia; y del presidente tanzanio Julius Nyerere, sus políticas de “ujamaa”
para el progreso y la justicia en las atrasadas aldeas africanas.
Vimos, por fortuna, que no estábamos solos en estas luchas prácticas por la transformación
social. En América Latina (además de los pioneros trabajos de los socialistas José Carlos
Mariátegui, Ignacio Torres Giraldo y otros), revisamos los aportes pertinentes de escritores
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como el brasilero L. A. Costa Pinto sobre resistencias al cambio; y los análisis de la
explotación por el mexicano Pablo González Casanova. En el África, los estudios del
imperialismo por el economista Samir Amin fueron indispensables, así como el examen de
algunas experiencias sobre “recherche action” en Senegal (12).
Uno de los problemas específicos que tuvimos, se radicó en las tendencias hacia la autoobjetivación en las ciencias a que hice alusión antes. El cientifismo y la tecnología, dejados
solos, podían producir una gran masa de datos e informaciones redundantes, como ocurrió en
los Estados Unidos entre los positivistas, funcionalistas y empíricos enloquecidos por explicar
formas de integración social. Nosotros, en cambio, tratamos de teorizar y obtener
conocimientos a través del involucramiento directo, la intervención o la inserción en procesos
concretos de acción social. Esta solución alivió un tanto la separación cíclica entre teoría y
práctica. También fue posible rescatar entre nosotros las tradiciones utópicas y activas de
fundadores sociológicos como Saint-Simon, Fourier y Comte, y aprender de movimientos
sociopolíticos del siglo XIX como el cooperativismo, la alfabetización, el Cartismo, el
feminismo y el sindicalismo.
En este punto estratégico de nuestro desarrollo intelectual y político, entró el importante
contingente de los educadores comprometidos con la praxis, i.e., los de la educación popular
y de adultos, y los trabajadores sociales. Seguimos entonces el rumbo señalado por Freire y
Stenhouse sobre la necesidad de combinar la enseñanza y la investigación, y de trascender la
rutina pedagógica con fines de alcanzar claridad comunicativa, justicia social y avivamiento
cultural. El Consejo Internacional de Educación de Adultos (ICAE) del Canadá, con la
dirección de Budd Hall, organizó una red mundial de IP con nodos en Nueva Delhi, Dar-esSalaam, Ámsterdam y Santiago de Chile, y publicó la influyente revista Convergence. Casi
simultáneamente, en la Universidad de Deakin, Australia, un grupo de profesores
encabezados por Stephen Kemmis empezaron a trabajar con los Aborígenes Yothu-Yindi y a
producir conceptos centrales de la I(A)P como la “espiral”, el “ritmo reflexiónacción” y la
“investigación emancipativa” (13).
Finalmente, fue Bacón quien otra vez nos resolvió los dilemas que se crean por la acción
directa y la primacía de lo práctico. En su folleto de 1607 titulado, Pensamientos y
conclusiones, leímos: “En la filosofía natural, los resultados prácticos no son sólo una forma
de mejorar condiciones, sino también una garantía de la verdad... A la ciencia se le debe
reconocer por sus obras, como ocurre con la fe en la religión. La verdad se revela y establece
más por el testimonio de las acciones que a través de la lógica o hasta de la observación”. De
modo que proseguimos con mayor convicción a adoptar la guía de que la práctica es
determinante en el binomio teoría / praxis, y la de que el conocimiento debe ser para el
mejoramiento de la práctica, tal como lo enfatizaron los educadores de la concientización.
Sobre el sujeto y el objeto
Evitamos igualmente extender al campo de lo social aquella distinción positivista entre sujeto y
objeto que se ha hecho en las ciencias naturales, y en esta forma impedir la mercantilización o
cosificación de los fenómenos humanos que ocurre en la experiencia investigativa tradicional
y en las políticas desarrollistas. Sin negar características disímiles estructurales en la
sociedad, nos parecía contraproductivo para nuestro trabajo considerar al investigador y al
investigado, o al “experto” y los “clientes”, como dos polos antagónicos, discordantes o
discretos. En cambio, queríamos verlos a ambos como seres “sentipensantes”, cuyos diversos
puntos de vista sobre la vida en común debían tomarse en cuenta conjuntamente.
La resolución de esta tensión nos llevó a adoptar lo que Agnes Heller (14) llamó después
“reciprocidad simétrica” (15), que incluye respeto y aprecio mutuos entre los participantes y
también entre los humanos y la naturaleza, con el fin de arribar a una relación horizontal de
sujeto a sujeto. Además, la resolución de esta tensión se nos convirtió en otra forma de definir
lo que es una auténtica participación, distinta de las versiones manipuladoras de liberales
conocidos (como la del politólogo Samuel Huntington), y como una fórmula para combinar
diferentes clases de conocimiento. Al aplicarse plenamente, esta filosofía participativa podía
producir cambios en la conducta personal, y también transformaciones sociales y colectivas,
como en los movimientos políticos (por ejemplo, los de participación popular en Colombia que
fueron incorporados a la Constitución de 1991).
Estos principios de horizontalidad tuvieron consecuencias prácticas en nuestras tareas
investigativas. Por ejemplo, las encuestas o cuestionarios debían concebirse y construirse
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ahora de manera diferente, no vertical o autoritariamente, sino con plena participación de los
entrevistados, desde el mismo comienzo. Se hizo posible la investigación colectiva o grupal,
con ventajas en la obtención de datos más interesantes, con resultados ajustados y
triangulados. Y aquella barrera en las relaciones entre los intelectuales y las gentes de las
bases y sus líderes pudo vencerse un tanto. Tratamos de convertir el sentido común en el
“buen sentido” de Antonio Gramsci recuperando su consejo de sobreponerse a las tendencias
autoritarias de la religión y el mismo sentido común, con el fin de inducir transformaciones
libres para la cohesión y la acción social. Aunque la “organicidad” no fuera necesariamente
partidista, en esto nos identificamos como “intelectuales orgánicos” de las bases, como aquel
pensador lo había recomendado, y conformamos nuevos “grupos de referencia” con líderes de
las bases populares. Estos pronto reemplazaron a los profesores universitarios que habían
sido nuestros referentes en épocas formativas.
Una vez reconocida la relación vital y simétrica de la investigación social, procedimos a
inventar la técnica de la “restitución” o “devolución sistemática” con fines comunicativos, para
facilitar la apropiación social del conocimiento. El papel fundamental del lenguaje fue
reconocido. Tuvimos que modificar nuestras costumbres de informar al público para que éste
entendiera bien los datos y mensajes reportados. Desarrollamos así una técnica diferencial de
comunicación según nivel de alfabetización que tuvo como consecuencia rescatar y corregir la
historia oficial o elitista, y reinterpretarla siguiendo intereses diferentes de clase social.
Practicamos la imputación acumulativa de información y la proyección simbólica.
Desarrollamos cuentos-casetes, folletos ilustrados, vallenatos y salsas protesta, retratos
hablados y mapas culturales.
También se afectó el estilo de la escritura, al introducir un procedimiento literario que
llamamos del “Logos- Mythos”, de dos lenguajes combinados o simultáneos. Según este
procedimiento, se combinan los datos “duros” o “datoscolumnas” del meollo del relato --que
hay que respetar y citar sin deformar-- con una interpretación imaginativa, literaria y artística
en la “corteza” del mismo, colocando la información dentro de marcos culturales definidos.
Estas técnicas las aprendimos de los novelistas del “boom” latinoamericano: Julio Cortázar,
Alejo Carpentier, Gabriel García Márquez y Eduardo Galeano (16).
La I(A)P como filosofía de la vida
Durante aquellos años de elaboración de la investigación participativa, tuvimos el privilegio de
observar directamente, dentro de los procesos mismos, algunos resultados de nuestra labor.
Sin duda los procesos eran y siguen siendo lentos; pero todo avance logrado en mejorar las
condiciones locales y estimular el poder y la dignidad del pueblo, así como la autoconfianza
de las gentes de base, resultó siempre en una maravilla, en una experiencia que nos llenaba
de satisfacción y que nos formaba a todos, así a los líderes de los grupos de base como a los
investigadores orgánicos o llegados de fuera. Vimos que era posible desplegar el espíritu
científico aún en las más modestas y primitivas condiciones; que trabajos importantes y
pertinentes para nuestros pueblos no tienen por qué ser costosos o complicados. En
consecuencia, comprobamos la inutilidad de la arrogancia académica y en cambio
aprendimos a desarrollar una actitud de empatía con el Otro, actitud que llamamos
“vivencia” (el Erfahrung de Husserl). Nos fue fácil así, con el toque humano de la vivencia y la
incorporación de la simetría en la relación social, escuchar bien aquellos discursos que
provenían de orígenes intelectuales diversos o que habían sido concebidos en sintaxis
culturales diferentes.
El clímax de aquella temprana búsqueda de nuevos tipos de trabajo que combinaran lo
científico con lo activista/emancipativo, ocurrió en Cartagena en 1977, cuando se celebró el
primer Simposio Mundial de Investigación Activa (17). Esta reunión resultó en un fructuoso y
estimulante intercambio intelectual, en el que participaron, entre otros, nuestro primer
epistemólogo, Paul Oquist, quien poco más tarde se convertiría en ministro de la Revolución
Sandinista de Nicaragua. Se reclamó la necesidad del paradigma alternativo por el filósofo y
educador alemán Heinz Moser. Escuchamos advertencias juiciosas de científicos políticos
como James Petras (Estados Unidos), Aníbal Quijano (Perú) y Lourdes Arizpe (México) en
relación con el trabajo científico y la acción política. El profesor Ulf Himmelstrand (Suecia),
quien pasaría luego a ser presidente de la Asociación Internacional de Sociología, tendió
puentes a los académicos escépticos; y hubo muchas más contribuciones sobre valores
sociales, poder popular y vida política.
Se definió entonces a la investigación participativa como una vivencia necesaria para
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progresar en democracia, como un complejo de actitudes y valores, y como un método de
trabajo que dan sentido a la praxis en el terreno. A partir de aquel Simposio, había que ver a
la IP no sólo como una metodología de investigación sino al mismo tiempo como una filosofía
de la vida que convierte a sus practicantes en personas sentipensantes. Y de allí en adelante,
nuestro movimiento creció y tomó dimensiones universales (18).
Perspectivas liberacionistas y el nuevo paradigma
Una vez definidos los retos existenciales y revisado críticamente el trabajo realizado o en
progreso, nos preguntamos: ¿Qué hacemos con el conocimiento así obtenido? Hé aquí
nuestra respuesta relativa: no parece haber salidas únicas, sino que debemos persistir en la
transformación y reencantamiento del mundo, en una búsqueda plural y abierta de
condiciones de vida más constructivas y mejor equilibradas.
Tal ha sido, en efecto, el tema implícito, y con frecuencia explícito, de nuestras ocho
reuniones mundiales (19). Estos congresos –en especial el realizado en junio de 1997
también en Cartagena, al que asistieron cerca de 2.000 delegados de 61 países (20)– han
condenado la situación actual de nuestro mundo y han propuesto fórmulas para superar las
incertidumbres del presente. Ni la acumulación del conocimiento científico y sus técnicas, ni
las afamadas políticas de desarrollo socioeconómico han resuelto los críticos problemas
locales y regionales, tampoco los nacionales. La herencia de la racionalidad que nos dejara la
Ilustración no ha sido suficiente y, en consecuencia, las instituciones nacionales e
internacionales a cargo de proyectos de desarrollo han visto necesario buscar alternativas.
Como se ha demostrado en nuestros congresos y en el terreno, los proyectos de investigación
participativa, sin ser únicos, son bastante diferentes, han demostrado éxitos, y su lenguaje se
considera ahora “políticamente correcto”. De allí que los desarrollistas apurados (y los
académicos, los expertos, los empresarios asustados) hayan hecho estampida para cooptar la
I(A)P (21). Las formas de trabajo y estudio que se consideraban subversivas en 1970 ahora
se ven útiles, y se buscan para dar comienzo a un nuevo juego: el de la utopía pluralista que
asimila la Razón a la Liberación (22).
Por supuesto, no es dable hablar hoy de liberación en un mundo postmoderno en aquellos
mismos términos intencionales de las revoluciones anteriores, comenzando con la Francesa y
terminando con la Cubana. La liberación nacional como resultado de la toma del poder del
Estado por la fuerza de las armas no parece tener mucha resonancia hoy, y el síndrome del
Palacio de Invierno de nuestros años formativos ya no es aplicable. Pero persisten los viejos
ideales del avance personal y social y de la insurgencia política. El sentido del reto progresivo
e insurgente ha sido descrito por Immanuel Wallerstein (23) en relación con “dos
modernidades”: la de la tecnología y la de la liberación. Según su opinión, este par simbiótico
conforma “la contradicción cultural central de nuestro moderno sistema mundial, el del
capitalismo histórico... que lleva a una crisis moral e institucional”.
Este es, pues, el llamamiento contemporáneo a la liberación que debe llevar a una
democracia sustantiva y plural y a la realización humana, una “modernidad eterna” que se
puede dispensar entre los billones de personas de los países pobres, tal como lo hemos vivido
los investigadores de la I(A)P. Creemos que todavía hay necesidad de herejes y de cruzados
que adelanten la gran aventura de la emancipación de los pueblos, con el fin de romper el
ethos explotador y opresivo que ha saturado al mundo.
Tan inmenso desafío ha llevado a la generación actual de practicantes de la IP a redefinir el
compromiso. Se ha sentido la necesidad de fundar las vivencias no sólo en la praxis como
viene dicho, sino en algo más allá, porque no es suficiente con llegar a ser un mero activista.
Ello ha llevado a añadir al concepto marxista-hegeliano de praxis, otro de Aristóteles: el de
“frónesis”. La frónesis debe suministrar la serenidad en procesos políticos participativos, debe
ayudar a encontrar el justo medio y la proporción adecuada para las aspiraciones, y sopesar
las relaciones hermenéuticas entre “corazón” y “corteza” que provee la técnica del LogosMythos.
Este compromiso renovado por una liberación de servicio, amarra hoy la forma de vida y de
práctica de la IP. Como viene dicho, la Investigación- Acción Participativa no ha sido una
simple búsqueda de conocimientos. También conlleva una transformación en actitudes y
valores individuales, en la personalidad y en la cultura, vista como un proceso altruista. Tal
puede ser el sentido más profundo de la I(A)P como proyecto histórico. Por lo tanto, el ethos
de liberación / emancipación va relacionado con un nuevo desafío intelectual: la construcción
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de un paradigma práctica y moralmente satisfactorio para las ciencias sociales, con el fin de
hacerlas congruentes con el ideal de servicio.
Cuando en el Simposio de 1977 se discutió la posibilidad de un paradigma alterno, hubo
dudas en muchos de los participantes por cuanto preferíamos construir la I(A)P como un
proyecto abierto, distinto del circuito cerrado y defensivo de la comunidad de científicos,
convertidos en cancerberos del paradigma positivista. Al paso de estos veinte años, en el
Congreso Mundial de 1997 ya hubo una opinión diferente. Colegas de prestigio consideraron
que los valores que por regla general se consideran constitutivos del paradigma dominante
(consistencia, simplicidad, cobertura, certeza, productividad) pueden enriquecerse con valores
participativos como el altruismo, la sinceridad de propósitos, la confianza, la autonomía y la
responsabilidad social. Otros delegados añadieron elementos de las teorías del caos y de la
complejidad, como lo fractal y la serendipidad.
En fin, el paradigma alterno que aquí se dibuja por sumatoria parece confirmar el trabajo
anterior y actual de la I(A)P, en especial el del Tercer Mundo donde nació, al combinar la
praxis con la ética, el conocimiento académico con la sabiduría popular, lo racional con lo
existencial, lo sistemático con lo fractal. Rompe la dicotomía sujeto-objeto. Se inspira en un
concepto democrático pluralista de alteridad y de servicios, que favorece vivir con las
diferencias, y que introduce perspectivas de género, clases populares y plurietnicidad en los
proyectos (24). Pero este paradigma no aparece aún como algo redondeable o final: sigue
vivo el rico desafío estratégico de la apertura del proyecto, que la IAP no se construya como
algo excluyente o totalista.
Los participantes del Congreso Mundial de 1997 consideramos que esta suerte de paradigma
abierto ayudaría también a enfocar las multidisciplinas, esto es, aquellas áreas gr ises de
traslapo en las fronteras formales de las artes y las ciencias. La idea de mezclar visiones y
metodologías con sus varias lecturas, se aplica en especial a las universidades para recobrar
su capacidad crítica, sacudir su mundo departamentalizado, tedioso y rutinario, y llevar a
estudiantes y profesores a un mayor contacto con los problemas de la vida real. No es
necesariamente antiacadémica. Se aplica por igual a nuestro propio trabajo como
investigadores participativos, ya que nosotros también estamos experimentando cierta
dispersión. En nuestro primer Simposio ya había dos tendencias: una activista representada
por el contingente latinoamericano, y otra de colegas educadores canadienses. A la
contribución de los primeros sobre “investigación acción” los segundos añadieron la idea de
“participación”, con lo que nació la fórmula combinada de “investigación-acción
participativa” (IAP) que dió la vuelta al mundo. Las dos tendencias sobrevivieron separadas
hasta cuando la reflexión obviamente aclaró que la participación incluía elementos de acción y
compromiso (como en efecto lo había dicho Polanyi), por lo tanto la IAP, en el fondo, podía
verse también como IP. Para facilitar esta transición, propuse -sin mucho éxito hasta ahoraconservar el elemento de la acción, dejando la A en paréntesis por un tiempo prudencial.
No obstante, al celebrarse el Congreso Mundial de 1997 el número de “escuelas” o tendencias
de IP y trabajos relacionados había crecido a cerca de 32, lo cual reflejó realidades y
condiciones locales. El compás de sus diferencias corría desde las ayudas técnicas
propuestas por Robert Chambers con su Diagnóstico Rural Participativo hasta la sofisticación
teórica de la Investigación Constructivista de Yvonna Lincoln. En la Universidad de Calgary en
Canadá se ensayó un intercambio electrónico por e-mail, antes del Congreso Mundial, entre
once de tales “escuelas” o corrientes, con el fin de inducir su convergencia. El informe sobre
este experimento dió lugar a una de las más positivas e interesantes sesiones de aquella
reunión (25).
Aunque inconclusa, esta convergencia fue sostenida por los teóricos de sistemas también
presentes en el Congreso, que han seguido las orientaciones de P.B. Checkland sobre
investigación activa y teorías emancipativas (26) (1991; Churchman 1979; Flood y Jackson
1996; Flood 1997), con base en un pluralismo de causas y efectos y en una epistemología de
índole holística o extensa (Reason 1994; Levin 1994). Un grupo de colegas escandinavos en
el mismo Congreso fueron de la opinión, también convergente, de que la IP es
simultáneamente descubrimiento y creación, y que se desarrolla en un espacio epigenético en
el que “lo que es” sólo puede definirse en el contexto de “lo que debe ser” (27). Este punto de
vista reforzó los componentes éticos del nuevo paradigma de servicio, así como el
compromiso duplo de praxis más frónesis, que viene explicado.
Algunas tareas emergentes
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El Congreso Mundial de 1997 ayudó a articular una serie de ideas como agenda para décadas
futuras, con la ventaja de que en Cartagena ya hubo un diálogo fructuoso entre las diversas
“escuelas” de investigación y acción participativa, y con el buen número de colegas que se
hicieron presentes (28). Como resultado de aquella reunión, las siguientes son algunas de las
principales tareas para los practicantes actuales de la IP, que me parece fueron allí
articuladas.
La multidisciplina y la transformación institucional
A través de la práctica, y siguiendo las enseñanzas de innovadores como Gregory Bateson,
Fritjof Capra, Ilya Prigogine y otros, hemos asimilado los méritos de la labor multidisciplinaria.
Hemos demostrado su importancia para escuelas y universidades, y también en contextos
globalizados, en empresas y en compañías. ¿Será imposible soñar con investigadores,
educadores, filósofos, etc. trabajando hombro a hombro con físicos cuánticos y biólogos, y
continuar la convergencia con los teóricos de sistemas? Si nos sentimos más a gusto con
éstos que con los colegas tradicionales, si nos encanta combinar nuestro trabajo científico con
expresiones literarias y artísticas, y si ello también le gusta a nuestra audiencia, ¿no
podremos hacer avanzar los procesos holísticos y conectarnos más profundamente con
diversas comunidades académicas y técnicas e inducir la convergencia entre los
componentes internos de las instituciones? Al menos se podría producir una división
académica del trabajo más satisfactoria y para beneficio de todos, incluso para la propia
familia de la investigación activa. Además, ¿qué tal si nos proponemos seguir trabajando para
desarrollar mayor coherencia entre los proyectos de IP, IA e IAP, así para las bases sociales
como para la academia? (Ver más adelante).
Criterios de rigor y validez
Sabemos que el rigor de nuestros trabajos se obtiene al combinar medidas cuantitativas, si
son necesarias, con descripciones y críticas cualitativas y/o etnográficas, que la validez no es
un ejercicio autista ni sólo una experiencia discursiva interna a los cómputos. Criterios
pertinentes de validez pueden derivarse también del sentido común mediante el examen
inductivo / deductivo de los resultados de la práctica, de las vivencias o del envolvimiento
empático dentro de los procesos, y del juicio ponderado de grupos de referencia locales. Aún
más: una evaluación crítica puede hacerse en el proceso mismo del trabajo de campo sin
tener que esperar el final de períodos arbitrarios o prefijados. Entonces, ¿cómo vamos a
superar la persistencia del amateurismo en muchos de nuestros esfuerzos e informes sino
trabajando más duro y con mayor cuidado? Así se siente hoy ampliamente, aunque todavía
aspirando a una mejor práctica (29).
Proyectos generalizables
Creemos que para investigar síntomas de patología social como la anomia, la violencia, el
conflicto y la drogadicción –que son tan comunes hoy en nuestro mundo–, no hay mejores
métodos que aquellos provistos por la I(A)P. Es esencial hacer observaciones cuidadosas y
respetuosas en las localidades. Al considerar la necesidad de compartir y extender el
conocimiento adquirido para combatir aquellas expresiones, ¿cómo vamos a hacer estudios
micros y macros de casos significativos con el fin de generalizar las interpretaciones
teóricoprácticas, sin caer en la trampa de los “proyectos pilotos” tradicionales que tanto han
fallado?
Deconstrucción de uniformidades globales
Hemos descubierto que hay tendencias globales hacia la uniformidad perjudiciales para la
cultura y el medio ambiente (como las promovidas por políticas desarrollistas), que pueden ser
subvertidas mediante esfuerzos locales de naturaleza cultural y de reavivamiento educativo
para defender regiones y zonas. Ello debe ser satisfactorio para los investigadores activos.
Pero como el enemigo es de proporciones tan enormes, poco se gana con esfuerzos aislados.
¿Cómo vamos a favorecer la deconstrucción del desarrollismo y de otras tendencias y
prácticas globalizantes que son adversas a los intereses populares? ¿Cómo vamos a poner
límites a las tendencias entrópicas y autodestructivas del capitalismo?
Investigación científica, educación y acción política
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Sabemos que la educación, la información, la investigación y el trabajo científico y técnico
actuales están diseñados ante todo para reforzar estructuras injustas de poder. Entonces,
¿cómo podremos dar prioridad a la producción de conocimientos adecuados y responsables,
de tal forma que los pueblos que han sido víctimas de la explotación y abuso capitalistas se
conviertan en los principales receptores y beneficiarios de la investigación y de la docencia?
Aquí nos abocamos al clásico dilema del intelectual responsable y el político pragmático. El
Congreso Mundial de 1997 apoyó la idea de asumir un sentido moral de responsabilidad en la
investigación, en la enseñanza y en la acción, aceptando las claras consecuencias políticas
de todo ello. Si no, sería difícil entender cómo puedan resolverse situaciones insostenibles,
mediante la aplicación de formas del contrapoder popular. Investigación, acción y enseñanza
políticamente comprometidas con el progreso y la justicia social, e inspiradas en un nuevo
humanismo, se destacan como soluciones, porque la I(A)P necesariamente implica la
democratización. La democracia participativa construida de abajo hacia arriba con
movimientos sociales, políticos y culturales de apoyo, debería ser un resultado natural de
nuestros esfuerzos.
Alivio del conflicto, la violencia y la represión
Hemos constatado que la I(A)P puede revelar bien los imaginarios y las representaciones que
subyacen en la lógica de los actos conflictivos, violentos y represivos. Sabemos que podemos
proponer salidas para prevenir o diluir tales actos, como ninguna otra metodología. Podemos
descubrir sus orígenes en la pobreza extrema, la ignorancia y el hambre que producen los
sistemas económicos, formas que pueden ser combatidas con medios disponibles de la
revolución tecnológica. ¿Podremos impulsar metanarrativas como el socialismo pluralista que
la experiencia real nos ha demostrado como posible y conveniente? ¿Cuánto más vamos a
tolerar que avancemos hacia un suicidio colectivo, por no resistir las fuerzas inhumanas
implícitas en sistemas occidentales de pensamiento y acción.
Construcción de un ethos etnogenético y emancipativo
Este es el reto más general y ambicioso que tenemos, y que debemos considerar seriamente
para mitigar los efectos del ethos actual de incertidumbre. Tal tarea puede resultar
doblemente difícil, porque requiere de una profunda preparación conceptual para llegar al
paradigma científico alterno. También necesitamos de una discusión clara y visionaria, con
decisiones efectivas para traducir las propuestas resultantes a la práctica local, donde más se
necesitan.
No seamos modestos. La búsqueda teórico-práctica de un nuevo paradigma y de un ethos
alterno satisfactorio ha venido andando por lo menos desde la década de 1970, como lo
hemos recordado. Hemos procedido juntos a partir de las teorías utópicas y participativas de
los siglos XVIII y XIX y estamos en el umbral de otro juego de teorías sobre la liberación
postmoderna, la complejidad y el caos. Lo hemos hecho de la mano de gigantes intelectuales
y políticos y con su impulso personal. Ahora, con estas bases, los filósofos de la acción, los
elocuentes postmodernistas, y los teóricos críticos pueden proceder con mayor propiedad y
seguridad para convertir aquellas ideas en herramientas eficaces para la liberación de los
pueblos que sufren sistemas opresivos de poder.
¿Podríamos entonces ser al mismo tiempo intelectuales estudiosos y agentes del cambio con
el fin de cooperar en este movimiento intelectual y político, dirigido a levantar la bandera del
poder y la autonomía populares, para defender la vida en todas sus formas, y para adelantar
la construcción de una ciencia útil y pertinente? ¿Podremos comprometernos como
académicos y como ciudadanos en esta trascendental tarea?
Estas necesidades reconstructivas de un ethos altruista apto para acomodar formas
heterogéneas de cultura, tiempo, espacio y población, llevan a hacer un esfuerzo mundial
para combinar recursos intelectuales, políticos y económicos tanto del Norte como del Sur, del
Este y del Oeste. Hubo un momento cuando nuestras preocupaciones sólo nos llevaron a
crear relaciones parciales dentro de nuestras respectivas regiones. Ahora aquellos desarrollos
paralelos han tenido una importante consecuencia: estamos convergiendo con más seguridad,
y nuestras tareas como practicantes e intelectuales participativos tienen mayor claridad (30).
En últimas, el efecto del trabajo de la I(A)P lleva consigo un acento libertario y político global.
La naciente fraternidad de intelectuales críticos tiende a construir sociedades pluralistas y
abiertas en las que quedan proscritos los poderes centralizados opresivos, la economía de la
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explotación, los monopolios y la desequilibrada distribución de la riqueza, el dominio del
militarismo y del armamentismo, el reino del terror y la intolerancia, el abuso del medio
ambiente natural, el racismo y otras plagas. Estos problemas vitales nos unen, por cuanto
insistimos en la utilización humanista de la ciencia, el conocimiento y la técnica. Nuestro
trabajo colectivo puede contribuir a que las comunidades víctimas se defiendan mejor. Tal
parece ser hoy nuestro compromiso global.
Las formas confluyentes en que podemos articular la investigación y la acción también
determinarán la supervivencia de nuestras “escuelas” de IP y la traslación de nuestros puntos
de vista a la aplicación local en ciudades y barrios, en las familias, empresas, iglesias, artes y
medios comunicativos, en las universidades y escuelas.
Al llegar al nuevo milenio, es satisfactorio esperar que la I(A)P pueda aportar todas estas
cosas y compartir en la búsqueda de mejores formas de organización científica, técnica y
social, con el fin de mejorar las condiciones de vida y enriquecer las culturas de toda la
humanidad.
Notas:
1. En este artículo colocaré la palabra “Acción” entre paréntesis para intercambiar los términos
IAP e IP por considerarlos sinónimos, como más adelante lo explico.
2. La Fundación Dag Hammerskjöld de Uppsala, Suecia, publicó un informe detallado de esta
extraordinaria experiencia, escrito por un grupo de científicos sociales comprometidos: G.V.S.
de Silva y Ponna Wignaraja (de Sri Lanka), Niranjan Mehta (de la India) y Md. Anisur Rahman
(de Bangladesh). En el informe se señaló que “activistas y cuadros [de inspiración socialista]
se unieron a nosotros como colaboradores en la investigación. . . para que en conjunto
creáramos conocimiento”. Bautizaron este método como “investigación participativa”, yendo
más allá de lo dialógico. Ver: De Silva, G.V.S., P. Wignaraja, N. Mehta, M.A. Rahman.
“Bhoomi Sena, A Struggle for People’s Power”. En: Development Dialogue .Uppsala No. 2,
1979, p. 3-70.
3. Fals Borda, Orlando. “The Problem of Investigating Reality in Order to Transform It”. En:
Dialectical Anthropology. Vol. 4, No. 1, p. 33-56. También en Simposio de Cartagena 1979 y el
libro Por la praxis. Tercer Mundo: Bogotá, 1980 y sucesivas ediciones.
La Fundación Rosca incluía, además del presente autor, a los colegas Augusto Libreros,
Jorge Ucrós, Víctor Bonilla, Gonzalo Castillo, Carlos Duplat y muchos otros que trabajaron en
diversos frentes. Nos guió el marxismo humanista y revivimos pensadores como Gramsci,
Lukacs y Mandel. Conceptos no muy populares entonces, como praxis, la dicotomía sujetoobjeto y el sentido común fueron introducidos y discutidos. Dogmas como el de la “ciencia del
proletariado” fueron rechazados por falta de evidencia empírica.
Elaboraciones comparadas de la IAP se encuentran en Fals Borda, Orlando y M.A. Rahman,
(eds.) Action and Knowledge: Breaking the Monopoly with PAR. Apex Press and Intermediate
Technology Publications: Nueva York/Londres, 1991. Edición en español: Acción y
conocimiento. CINEP: Bogotá, 1991. y en otras fuentes citadas más adelante. Sobre nuestros
esfuerzos de independencia intelectual, ver: Fals Borda, Orlando. Ciencia propia y
colonialismo intelectual. Nuestro Tiempo: México, 1970. Ver la más completa tercera edición
de 1986.
4. El primer trabajo de Swantz no fue auspiciado por la universidad y tampoco tuvo la
orientación de ninguna teoría política, no obstante infundió el impulso necesario para aportar
conocimiento de apoyo a pueblos marginados de la región. Poco después ella inició otro
proyecto con la tribu pastoril Massai en Jipemoyo (Tanzania), con la colaboración de Kemal
Mustafa, Odhiambo Anacleti y otros colegas del Ministerio de la Cultura de Tanzania, que tuvo
influencia en sucesivos trabajos y enfoques sobre “investigación-acción” y desarrollismo.
Swantz, Marja Liisa). “Participatory Research as a Tool for Training, the Jipemoyo Project in
Tanzania”. En: Assignment Children., No. 41, UNICEF, 1978, p. 93-109. Y Swantz, Marja
Liisa. Ritual and Symbol in Transitional Zaramo Society. Helsinki,. 1986, 2a. Ed.
5. Los boletines del IDAC en tres idiomas sobre la IP tuvieron una amplia repercusión, con
resultados considerables en México / Holanda (Anton de Schutter), Chile / Venezuela
(Francisco Vío Grossi, Marcela Gajardo), India (Rajesh Tandon, Smitu Kothari), Nicaragua /
Francia / Holanda (Guy Le Boterf, Marc Lammerink), Perú / Holanda (Vera Gianotten, Ton de
Wit), etc.
6. Bonfil, Guillermo. “La antropología social en México: Ensayo sobre sus nuevas
perspectivas”. En: Anales de Antropología No. 7. México, 1970. Warman, Arturo. (Et al.) De
eso que llaman antropología mexicana, Nuestro Tiempo: México, 1970. Otro pionero
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mexicano, el antropólogo Ricardo Pozas, expuso sobre técn icas de la IP durante el 9o.
Congreso Latinoamericano de Sociología en México en 1969. Esta fue una ocasión
extraordinaria para considerar ideas radicales sobre cambios sociales y académicos.
7. Stavenhagen, Rodolfo “Decolonialising Applied Social Sciences”. En: Human Organization.
Vol. 30, No. 4, 1971, p 333-344. Stavenhagen propuso “observación activa” más allá de la
clásica observación participante, porque los científicos no pueden “rehusarse a decidirse” y
para el efecto “deben destacar problemas y crear nuevos modelos que tomen el lugar de
aquellos que se descarten, y si se puede, actuar cuando sea necesario”. De los once
comentaristas de este artículo, ocho se declararon de acuerdo con Stavenhagen. Su
presencia en el Congreso Mundial de Cartagena en 1997 fue uno de los motivos de máximo
interés en la reunión. Véase una versión completa de este artículo en Salazar, María Cristina.
(ed.) Investigación Acción Participativa: Orígenes y desarrollo. Cooperativa Magisterio:
Bogotá, 1992, p. 37-64. En este útil libro también se encuentran los aportes centrales de
Lewin, Tax, Kemmis y Park mencionados en este artículo.
8. Agulla, Juan Carlos. “Protesta, subversión y cambio de estructuras”. En: Aportes. No. 15,
París, 1970, p.47-61. Fals Borda, Orlando. “La crisis social y la orientación sociológica". En:
Aportes. No. 15, París, 1970, p. 62-76. Fals Borda, Orlando. Subversión y desarrollo en
América Latina. Foyer John Knox: Ginebra, 1970. (También en inglés y en francés). Fals
Borda, Orlando. Ciencia propia y colonialismo intelectual. Nuestro Tiempo: México, 1970. Ver
la más completa tercera edición (1986) que refuerza la actitud de independencia intelectual
que queremos. Warman, Arturo. (et al.) De eso que llaman antropología mexicana. Nuestro
Tiempo: México, 1970. En estos libros y artículos se hace referencia a la “sociología de la
liberación” inspirada por la Revolución Cubana y los escritos y vida práctica del sociólogo,
guerrillero y sacerdote Camilo Torres Restrepo.
9. Gadamer, H.G. Truth and Method. Continuum: Nueva York, 1960, 1994.
10. Cf. Birnbaum, Norman. Toward a Critical Sociology. Oxford University Press: Nueva York,
1971.
11. Lewis, Helen M. “Myles Horton, Pioneer in Adult Eduction”, Ponencia 6, Congreso Mundial
de Cartagena, 1997. Horton, Myules and P. Freire. We Make the Road by Walking.: Temple
University Press: Philadelphia, 1990. Mientras tanto, como otros soportes: el sociólogo C.
Wright Mills ya venía criticando a las ciencias sociales por su falta de imaginación; Alvin
Gouldner había hecho lo mismo al no encontrarse con ninguna sociología reflexiva de
basamento ético; y Barrington Moore estaba produciendo su inigualado análisis de la
democracia y la injusticia. En cambio, la ciencia económica nos resultó falla, por su
insistencia, sin fundamento suficiente, en aparecer como ciencia exacta, interpretación que
había sido fuertemente rechazada por Gunnar Myrdal y otros economistas más humanos.
12. Más tarde, en Europa descubrimos los estudios críticos sobre “contracorrientes” en las
ciencias, de Helga Nowotny y Hilary Rose; la crítica de Karl Polanyi al “observador
independiente”; la historia obrera de E.P. Thompson; la teoría de la acción comunicativa de
Jürgen Habermas; las teorías de la acción y de los movimientos sociales, de Alain Touraine;
los conceptos de “habitus” y “objetivación participante” de Pierre Bourdieu; las desmitificantes
lecciones de Foucault, Lyotard y Todorov sobre la realidad social y la retórica académica. Los
grandes insumos intelectuales de estos pensadores europeos, sin ser de nuestra corriente
participativa, nos dieron confianza en lo que estábamos haciendo.
13. Carr, Wilfred and S. Kemmis. Becoming Critical: Knowledge, Education and Action
Research.: Falmer Press: Londres, 1986. Ver capítulo de Kemmis en Salazar. Ob. Cit.
14. Heller, Agnes. “From Hermeneutics in Social Science Toward a Hermeneutics of Social
Science”. En: Theory and Society. Vol. 18, No. 3, 1989, p. 304-305.
15. Según Heller, el propósito central de la ciencia social es “hacernos libres”, es decir, tiene
una connotación liberadora o emancipativa. Una contribución importante en este campo es la
de Denzin, Norman K. y Yvonna S. Lincoln. Handbook of Qualitative Research. Sage: London,
1994. Parte V.
16. Este es el sentido del experimento con las dos columnas paralelas que se observa en Fals
Borda, Orlando. Historia Doble de la Costa. Carlos Valencia: Bogotá, 4 tomos, 1979-1986,
como también se explica en Fals Borda, Orlando. “A North-South Convergence on the Quest
for Meaning”. En: Collaborative Inquiry. No. 19, Bath, 1996. Algunos otros autores han hecho
presentaciones similares en antropología y medicina, escritos en inglés y francés.
17. Se presentaron 32 ponencias en este Simposio, por delegados de 17 países, que se
publicaron por la Fundación Fundarco Simposio de Cartagena. Crítica y política en ciencias
sociales. Punta de Lanza: Bogotá, 1979, 2 tomos. Estos tomos son considerados clásicos. No
se hizo edición inglesa (sólo de artículos particulares), pero hubo una edición parcial en
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alemán como libro Moser, Heinz y H. Ornauer. Internationale Aspekte der Aktionsforschung.
Kösel Verlag: Munich, 1978. Estudios recientes y descripcions regionales de la I(A)P pueden
leerse, entre otros, en Whyte Whyte, William F. (eds.) Participatory Action Research. Sage:
Londres, 1991. Park, Peter (et al.) Voices of Change: Participatory Research in the United
States and Canada. Oise Press: Ontario, 1993, ver su capítulo en Salazar Ob. Cit. y
McTaggart, Robin, (ed.) Participatory Action Research: International Contexts and
Consequences, State University of New York Press: Ithaca, 1997. Véase también, por
ejemplo, Cabrales, Carmen y Hernández, Javier. (eds.) Una visión participativa de la Costa
Caribe colombiana Universidad de Cartagena: Cartagena, 1997.
18. El primer Simposio de 1977 aceleró la adopción y difusión de la I(A)P en el mundo.
Además de la red internacional de IP auspiciada por el ICAE, la Asociación Europea de
Investigación y Adiestramiento para el Desarrollo (EADI) fue más allá del marco de las
necesidades básicas una vez que adoptó las conclusiones del proyecto tanzanio de Jipemoyo,
en 1978. En 1979, en el Instituto de las Naciones Unidas de Investigaciones para el Desarrollo
Social (UNRISD) de Ginebra, Suiza, los antropólogos Andrew Pearse y Matthias Stiefel
iniciaron una serie de estudios y publicaciones sobre la participación popular. La OIT y la
UNESCO hicieron lo mismo con el economista bengalí Md. Anisur Rahman y el Programa
MOST. El Comité de Investigaciones sobre Práctica y Transformación Social de la Asociación
Internacional de Sociología abrió una sección sobre la IP, con la dirección de Peter Park y
Michal Bodemann. Centros importantes de I(A)P se establecieron en Nueva Delhi, Colombo,
Santiago, Caracas, Amsterdam y otras ciudades. La enseñanza de esta materia comenzó
formalmente en las universidades de Massachusetts, Calgary, Cornell, Caracas, Dar-esSalaam, Campinas, Managua, Pernambuco, Bath y Deakin. Hoy son innumerables las
universidades que lo enseñan incluyendo algunas colombianas. La Sociedad para el
Desarrollo Internacional (SID), con la iniciativa de Ponna Wignaraja, organizó en 1980 un
Grupo Internacional de Iniciativas de Base (IGGRI) que incluye a Majid Rahnema, Gustavo
Esteva, Marja Liisa Swantz, Luis Lopezllera, Ward Morehouse, Rajni Kothari, Smitu Kothari,
Paul Ekins, Manfred Max-Neef y el presente autor, entre otros. El Banco Mundial ha
organizado su propio Grupo de Estudios de Desarrollo Participativo, con la dirección de los
sociólogos Michael M. Cernea y Anders Rudqvist. El Consejo de Educación de Adultos de
América Latina (CEAAL), con sedes sucesivas en Santiago de Chile y México, ha jugado
importante papel en el campo de la IP con la organización en 1981 de una red regional
especial coordinada por el educador brasilero Joao Francisco de Souza. Esta red incluye a
casi todos los países latinoamericanos. En las instituciones relacionadas de América Central
trabajan activistas intelectuales importantes como Raúl Leis, Oscar Jara, Carlos Brenes y
Malena de Montis. En Colombia: Gustavo de Roux, María Cristina Salazar, Ernesto Lleras,
Elías Sevilla, Marco Raúl Mejía, Raúl Paniagua, Rosita de Paniagua, Lola Cendales, Rosario
Saavedra, Alejandro Sanz de Santamaría, Francisco de Roux, y muchos otros. En Australia,
además de las universidades mencionadas, se encuentra la Asociación de AprendizajeAcción, Investigación Acción y Gestión de Procesos (ALARPM) que ha estimulado la adopción
institucional de estas “escuelas”, con el liderazgo de Ortrun Zuber- Skerritt, Ron Passfield,
Colin Henry, Yoland Wadsworth, Iaian Govan, y otros.
19. Además del Simposio de 1977, los otros siete congresos mundiales se han llevado a cabo
en Ljubljana, Yugoslavia (1979, con auspicio del ICAE); Calgary, Canadá (1989 con auspicio
universitario por primera vez); Managua, Nicaragua (1989, con auspicio del CEAAL);
Brisbane, Australia (1990 y 1992, en la Universidad Tecnológica de Queensland, con
ALARPM); Bath, Inglaterra (1997 en la Universidad de Bath); y otra vez en Cartagena,
Colombia (1997 con diversos auspicios nacionales e internacionales). El noveno congreso se
ha convocado en la Universidad de Ballarat, Australia, para septiembre del 2000.
20. Cf. Fals Borda, Orlando. People’s Participation: Challenges Ahead. Apex Press y
Intermediate Technology Publications: Nueva York/Londres, 1998. Edición española:
Participación Popular: Retos del futuro . COLCIENCIAS, IEPRI, ICFES: Bogotá, 1998.
21. En relación con las fallas de las políticas de desarrollo y la cooptación de la I(A)P por
organismos mundiales y nacionales, ONGs e instituciones académicas, véase la volu minosa
literatura crítica, con obras como las de Arturo Escobar, Wolfgang Sachs y Majid Rahnema.
Greenwood, Davydd y M. Levin “Action Research, Science and the Co -Optation of Social
Research”. En: Studies in Cultures, Organizations and Socieites. Vol. 4, No. 2, 1998, p. 237261, han denunciado la función defensiva de intereses creados académicos ortodoxos. Un
interesante caso concreto de frustración del desarrollo, referido al Perú, es el de Apfel-Marglin,
Frédérique, con PRATEC. The Spirit of Regeneration: Andean culture confronting Western
notions of development. Zed Books: Londres/Nueva York, 1998.
22. Véase la nota 9; cf. Girardi, Giulio (1997). “Investigación participativa popular y teología de
la liberación”, Ponencia 32, Congreso Mundial de Cartagena. 1997. Sobre la teoría de la
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Fals Borda origenes y retos de la IAP
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investigación emancipativa véase Carr y Kemmis, Ob. Cit. (1986). Sobre ética y política,
consúltese el informe sobre las discusiones del Congreso Mundial de 1997, en Hoyos,
Guillermo y Uribe, A. (eds.) Convergencia entre ética y política. Siglo del Hombre: Bogotá,
1998.
23. Wallerstein, Immanuel “The End of What Modernity?”. En: Theory and Society, vol. 24, No.
4, 1995, p 471-474.
24. Consúltese el tomo -resumen del Congreso Mundial de Cartagena (Fals Borda, Orlando.
Ob. Cit., 1998, p. 189-191, p. 235-236). Véanse los puntos de vista de apoyo de Gadamer,
H.G. Truth and Method . Continuum: New York, 1960 p. 302- 307, p. 567 sobre “experiencia
vital” y “fusión de horizontes”. Para Gadamer, la reflexión hermenéutica apropiada es “una
tarea crítica y emancipatoria”.
25. Entre las “escuelas” que se hicieron presentes en el Congreso Mundial de Cartagena en
1997, las siguientes once realizaron un intercambio electrónico por E-mail, lo que fue
sumamente valioso:Diagnóstico Rural Participativo, Sussex (Robert Chambers). Teoría Crítica
de Sistemas, Hull (Robert L. Flood). Investigación Acción, Cornell (Davydd Greenwood).
Investigación Acción, Escandinavia (Morten Levin). Investigación Constructivista, Texas
(Yvonna S. Lincoln). Aprendizaje Acción, Australia (Robin McTaggart). Investigación
Cooperativa, Bath (Peter Reason). Investigación Acción Participativa, Alemania / Perú (T.
Tillmann y Maruja Salas). Investigación Acción, Austria (Michael Schratz). Investigación
Acción Participativa, India (Rajesh Tandon). Investigación Acción Participativa, Calgary
(Timothy Pyrch, coordinador). Véanse los informes completos de esta experiencia en Pyrch
(1998a, 1998b).
26. Checkland, P.B. Systems Thinking, Systems Practice. Wiley: Chichester, 1991.
Churchman, C. West. The System Approach and its Enemies. Basic Books: Nueva York,
1979. Flood, Robert L.. “Action Research and the Management and Systems Sciences”. En:
Fals Borda, Orlando. Ob. Cit.K, 1998, p. 131-156. Flood, Robert L. y Jackson, M.C. (eds.)
Critical Systems Thinking. Wiley: Chichester, 1996.
27. Toulmin, Melvin y Gustavsen, B. (eds.) Beyond Theory: Changing Organizations Through
Participation, John Benjamins: Amsterdam, 1996. Según estos autores, la unidad de atención
de los sistemas abiertos de la I(A)P es un sistema constituyente observable que ofrece una
estructura ABX en la que aparecen un sujeto epistémico A y un objeto empírico B dentro de
una situación social investigativa X. En las conciencias de quienes participan en este sistema,
la misma estructura pasa a ser ABX:pox (la persona, el otro y X). Esta situació n se asemeja a
aquella postulada en la física cuántica con los principios antrópico y de indeterminación. De
allí el potencial que tiene de enriquecer nuestras discusiones sobre el nuevo paradigma de las
ciencias, visto desde otro ángulo. Este libro estimulante también ofrece un estudio macro de
IP sobre Turquía. Cf. Van Beinum, Hans. “On The Practice of Action Research”. En: Concepts
and Transformation. (Vol. 3, No. 1, 1998 Amsterdam p 1-30.
28. En el Congreso Mundial de 1997, además de las “escuelas” mencionadas en la nota 18,
hubo muchos otros grupos: de educación, organización social y política, artes y literatura, la
economía, la pobreza, el conflicto, teorías de sistemas, comunicación, postmodernismo,
globalización, filosofía, gestión de procesos, administración de empresas, ambientalismo y
recursos naturales. Las personas interesadas pueden obtener los materiales, ponencias y
videos escribiendo al Apartado 52508, Bogotá, o a: iepri@bacata.usc.unal.edu.co
29. Cf. McTaggart, Robin. “Is Validity Really an Issue for Participatory Action Research?”. En:
Studies in Cultures, Organizations and Societies, Vol. 4, No. 2, 1998, p. 211-236.
30. Cf. Chambers, Robert. “Beyond ‘Whose Reality Counts?’ New Methods we Now Need”,
Studies in Cultures, Organizations and Societies. Vol. 4,No. 2, 1998, p. 279-287.
Publicado en Análisis Político No. 38, septiembre/diciembre de 1999, pp. 71-88. Reproducido
en el semanario Peripecias Nº 110 el 20 de agosto de 2008. Se reproduce en nuestro sitio
únicamente con fines informativos y educativos.
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