Valparaíso: ¿Un anfiteatro o una ciudad teatro?

Valparaíso: ¿Un anfiteatro o una ciudad teatro?

07 Abril 2021
La respuesta, por simple y obvia que parezca, no la encontraremos ni en los cronistas que nos han dejado estos valiosos testimonios ni en el uso común y adquirido que ha adoptado el concepto de “anfiteatro” como característica distintiva Valparaíso.
Rodolfo Follega... >
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Por Rodolfo Follegati Pollmann

Profesor de Historia, Magíster en Historia PUCV  

Hemos escuchado hasta el hartazgo que Valparaíso es un anfiteatro natural. Recurso muy utilizado y hasta sobre explotado por la prensa cada vez que se informa, por ejemplo, del “Año Nuevo en el Mar”, aquel espectáculo pirotécnico de fama internacional que ha caracterizado al puerto desde los inicios del siglo XX. Un espectáculo que puede ser apreciado desde cualquier punto de este “anfiteatro natural” que es Valparaíso.

Ya en 1820, C. E. Bladh, navegante sueco, describía a Valparaíso como “un gran anfiteatro sobre una playa estrecha y baja, rodeada de numerosos cerros altos”. Desde esos cerros, probablemente desde el cerro Alegre, donde ya se empezaba a instalar una colonia de inmigrantes británicos, el sueco Bladh observaba “una hermosa vista sobre el puerto y el mar”.

Un poco antes, en 1811, Samuel Johnston menciona “una hermosa bahía, al pie de una hilera de cerros… La bahía forma casi un semicírculo”. Lo mismo encontramos en Eduardo Poeppig, autor de Testigo en la Alborada de Chile (1826-1829), quien observa las montañas rocosas y grises “que se trasformaban poco a poco en una serranía semicircular”.

Estas primeras observaciones registradas por viajeros, aventureros y científicos, nos permiten suponer que uno de los primeros atributos de Valparaíso que llamaron la atención del visitante era su disposición geográfica, tan poco útil al asentamiento humano y al emplazamiento de una ciudad pero tan admirable a la vista. En este anfiteatro se fueron ubicando, peldaño a peldaño, grada a grada, las casas en torno a la bahía.

Este anfiteatro también presenta una escena. En unas páginas sueltas de una revista española de 1830 se lee que desde los cerros “se descubre la magnífica vista, pues por una parte pueden esparcirse los ojos por valles sombríos y fértiles; por otra, fijarse sobre las cimas de las montañas o bien dilatarse por la inmensidad del océano”. El anfiteatro no sólo se enfrenta al telón de fondo que es el océano, también mira a los otros cerros, a los valles y quebradas. Desde los cerros, el anfiteatro, se mira la escena en el mar y  en sí mismo.

Esta escena, con el tiempo, se va transformando en guion y en una trama articulada por las pasiones humanas. Así ocurrió en 1814, cuando la incipiente población de Valparaíso fue testigo de un enfrentamiento naval entre los buques británicos Phoebe y Cherub y el norteamericano Essex. Vicente Pérez Rosales nos cuenta en sus Recuerdos del Pasado que “muchas familias acudieron a los cerros para mejor presenciar lo que calculaban iba a pasar…”. Algo similar volvió a ocurrir en 1866, con el bombardeo de la Escuadra Española a Valparaíso. Joaquín Edwards Bello escribió que “a los pocos minutos de empezar el bombardeo, podría decirse que no quedó un solo habitante en la ciudad, pero los cerros se coronaron de curiosos. ¡Qué espectáculo tan imponente!”. El anfiteatro presencia la escena, la escena se despliega con el mar como telón de fondo ante el espectador que observa desde los cerros. 

Pero la escena muchas veces estaba en los mismos cerros, lo que convierte a las gradas del teatro en escenario y sus elementos naturales y humanos en personajes. Es necesario arribar a Valparaíso desde el mar, como lo hizo Jotabeche (José Joaquín Vallejo) en 1843 para presencia la escena en las alturas: “Nuestra entrada a Valparaíso me parecía una fiesta…a bordo permanecíamos embebidos en contemplar la más soberbia perspectiva que se haya desarrollado nunca a mi vista”. También Darwin, algunos años antes, reconoce: “desde el lugar en que hemos anclado, la vista es preciosa. La ciudad se alza al pie de una cadena de colinas bastante escarpadas”.

De cerro a mar o de mar a cerro se entrecruzan miradas y escenas, observador y observado.

Pero hay otra vista que abraca anfiteatro y escena al mismo tiempo. Es la de quien llega a Valparaíso desde el interior. Peter Schmidtmeyer, viajando desde Santiago a Valparaíso, fue testigo cuando “la bruma desapareció a tiempo para permitirnos obtener una vista del Océano Pacífico”, el conjunto de color azul, un par de bellas cañadas y el declive hacia el océano nos “daban una perspectiva magnífica”. Y una vez en la ciudad, a la orilla del mar, la perspectiva ya era otra, “la vista de la bahía y los cerros que faldean su muy estrecha playa, observada desde el mar o la costa es bella, ya que esos cerros se elevan por encima en ascensión escarpada y están interceptados por un número considerable de cañadas de formas muy bonitas”. Desde las alturas del puerto el viajero vio la escena y desde la escena vio que “ni árboles ni cultivos ni viviendas adornan la cresta de este gran anfiteatro…”.

Algo tiene de especial esta condición de anfiteatro que provoca tanto asombro en el viajero, llegue por mar o por tierra. Algo le imprime a Valparaíso una condición de singularidad. Para Ignacio Domeyko, “no hay acaso otra ciudad en el mundo que por su situación sobre el mar, se asemejara a Valparaíso”, una bahía abierta, orillas rocosas, montañas graníticas que se elevan sobre el nivel del mar, perfiles escarpados que se acercan al mar, “desde esta parte de la ciudad, situada casi al ras del mar, parten ascendiendo por las graníticas pendientes, hileras de casas y calles en forma de anfiteatro, terminando algunas en quebradas y valles”. No hay otra ciudad en el mundo como este anfiteatro.

Cuando la escena se traslada a los cerros aparece una escenografía poética y natural, como la que describe Max Radiguet, en 1847, desde la misma bahía mirando hacia los cerros. Allí se observa “la desigual altura de los tres cerros del Puerto”, que ha hecho que los ingleses los nombren como “cofa de trinquete, gran cofa y cofa de mesana”, ignorando sus verdaderos nombres cristianos de San Francisco, San Agustín y San Antonio.  Desde los mástiles de las embarcaciones las cofas se proyectan imaginariamente en esos tres cerros que cierran la bahía, haciendo del anfiteatro un escenario.

Pero  abajo la escena es siempre dinámica, móvil, sobre todo para ese periodista boliviano, corresponsal de un diario de La Paz, que se maravilla ante el espectáculo soberbio que se obtiene desde cualquiera de los cerros mirando hacia la magia fascinadora del puerto. De una sola mirada, dice, se domina la población, el puerto y el océano sin límites. Y al pie de los cerros “los monumentales almacenes fiscales en perfecta armonía con el gran muelle…, el constante movimiento de los buques y los ferrocarriles, tan animado como el puerto”.

Siempre hay una escena que mirar, todo en Valparaíso es acción, desde cualquier punto de la ciudad se puede ser un observador de lo que acontece. Puede ser una batalla naval o un naufragio o, mejor aún, el rescate de algún barco zozobrando en medio de un temporal. Cuando los voluntarios del bote salvavidas salen a la acción de salvataje, “estoy cierto que en ese momento, desde el anfiteatro de esa gran arena que es el puerto, estalla una ovación que se pierde junto al alarido del viento”, confiesa Camilo Mori, porteño y pintor.

Y cuando cae la noche la función continúa. Cuando el poeta Augusto d´Halmar regresó a Valparaíso después de 27 años reconoció “una hora antes de fondear las luces de Valparaíso”. Son luces que van y vienen, bajan por los cerros y navegan por el mar y “se duplican en la superficie de las aguas”, se confunden con las estrellas, tal como “las miríadas de estrellas del firmamento de la cruz del Sur suelen confundirse con las luminarias”.

Todos estos testimonios dejan de manifiesto que Valparaíso ha sido observado y descrito, definido en su singularidad, como un gran anfiteatro, un anfiteatro natural que mira al mar. El breve análisis de estos testimonios nos ha permitido comprobar que en este “anfiteatro” la escena no siempre está en el mismo lugar, el telón de fondo no es sólo el mar, y el público no siempre está en las faldas de los cerros. Por el contrario, la escena se traslada de mar a cerro, el público observa desde el cerro o del mar. El que observa es también el observado y todo se refleja como en un espejo, como las luces que se duplican en el mar o las estrellas que se confunden con las luminarias.

Todo esto nos lleva a preguntarnos si Valparaíso es realmente un anfiteatro o es una ciudad teatro. La respuesta, por simple y obvia que parezca, no la encontraremos ni en los cronistas que nos han dejado estos valiosos testimonios ni en el uso común y adquirido que ha adoptado el concepto de “anfiteatro” como característica distintiva Valparaíso.

Al decir de los entendidos, el anfiteatro es una invención romana que deriva del teatro griego, me refiero a su concepción arquitectónica. Para Andrés Garcés, arquitecto y profesor, quien ha caminado y dibujado a Valparaíso desde décadas, el anfiteatro romano nace de la figura del teatro griego, “siendo el resultado de la unión de dos teatros enfrentados entre sí… Al cerrar el teatro los romanos valorizaron la acción espectacular sobre el proscenio, haciendo desaparecer el fondo de escena por completo, quedando los acontecimientos expuestos en 360 grados”.

¿Cómo trasladamos estos conceptos a Valparaíso? Si en el teatro griego la extensión del paisaje, el más allá del teatro, del público y de la escena, era de vital importancia, en Valparaíso encontramos que esa extensión es el océano. Por otro lado, si en el anfiteatro romano la escena ocurre al centro mientras el público la rodea, en Valparaíso la escena, como hemos visto, no tiene proscenio, ocurre arriba y abajo, en el cerro y en el mar, se actúa y se observa indistintamente. Nos acercamos a pretender que Valparaíso es más teatro que anfiteatro.

Garcés sostiene que el error al decir que Valparaíso es un gran anfiteatro puede deberse a “la mala costumbre de entender por anfiteatro los teatros al aire libre”, dada la configuración de la bahía en forma de herradura que mira una extensión desde todos sus frentes. Sin embargo, Valparaíso, a juicio de Garcés “es un buen ejemplo de ciudad-teatro”. La idea de una ciudad anfiteatro quizás tenga sentido desde un punto de vista histórico y cultural, debido a la costumbre en el uso del lenguaje, pero reconocerse como una CIUDAD TEATRO “nos permite distinguir y advertir algunas diferencias entre ciudades escenográficas y ciudades teatro”. Y aunque nos cueste entender de qué se trata una ciudad teatro, está suficientemente claro que Valparaíso una ciudad escenográfica no es.

Para concluir, dice Garcés, “Valparaíso tiene esa capacidad de ver y verse… Ya quisieran los griegos haber tenido una ciudad como esta, siempre convergiendo para quedar ante su propio destino, que para el caso de los porteños es el mar, el océano Pacífico”.

Benjamín Subercaseaux en su famoso Chile o una loca geografía, escribió: “Si nos volvemos, dando la espalda al mar, nos sentimos como un director frente a su orquesta: toda la ciudad nos mira, atenta, y nos brinda sus primeros acordes”, y como ciudad teatro nos quedaría por agregar que la ciudad también mira su destino, más allá de la escena y los acordes, en el ancho mar.