MADRID
Solidaridad
Acogida de refugiados

De la guerra en Ucrania a un hogar en Boadilla: "Estamos muy agradecidos; vamos a intentar reconstruir aquí nuestras vidas"

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Jesús e Inma, Gema y Pedro y Sergio y Sara repiten que no es más que un pequeño gesto, un granito de arena dentro de toda la solidaridad, pero al abrir las puertas de sus viviendas a los ucranianos que huyen del conflicto han cambiado el futuro de tres familias que ven bajo su cobijo una oportunidad para volver a empezar

Jesús, Inma y sus hijos con la familia que han acogido.
Jesús, Inma y sus hijos con la familia que han acogido.

Leyendo la prensa, escuchando la radio o viendo en la televisión las noticias que llegaban cada día desde Ucrania, Jesús e Inma, Gema y Pedro y Sergio y Sara decidieron que no iban a continuar impasibles, viendo de lejos esas situaciones concretas a las que, creían, podían dar remedio con un solo gesto. Ellos son la cabeza de tres familias de las decenas que han acogido a refugiados ucranianos en sus casas, en Boadilla del Monte, uno de los municipios que ha dado síntomas de mayor solidaridad de todo el país.

Hace poco más de dos semanas, Shota, Tania y la pequeña Angelica (12 años) se instalaron en el adosado en el que Jesús e Inma viven junto a sus tres hijos: Guillermo (15), Víctor (14) y Ana (11). El día en que el padre soplaba las velas, mientras desayunaban, cuentan, dieron el paso de abrir su vivienda.

«Yo llevaba un tiempo, por la situación que estamos viviendo, que notaba que me faltaba motivación porque todo es muy negro. Esta es una forma de decir: 'Voy a poner ilusión, voy a poner mi granito de arena para que todo vaya mejor'», expresa Inma. «Cuando se dan situaciones extremas como ésta, siempre te queda la cosa de poder hacer algo más. Las circunstancias nos ofrecían la posibilidad y el Ayuntamiento de Boadilla nos lo puso muy fácil. Pensamos: 'Si lo queremos hacer, es el momento. Nunca lo vamos a tener tan sencillo'», añade Jesús.

Se refiere él a la iniciativa que el Consistorio puso en marcha una semana después de que Rusia atacase Ucrania, cuando el Gobierno municipal abrió un formulario para que las familias interesadas en cobijar en sus domicilios a personas que huyesen de la guerra se registrasen. Y la cifra superó las 800. Así, el Ayuntamiento fletó un autobús hasta la frontera con Polonia y regresó con 44 ucranianos, 25 menores entre ellos. En Madrid, dos días después, fueron recibidos por las 18 familias de acogida que previamente había seleccionado el Consistorio en base a tres criterios: tiempo que podían acoger, tiempo que podían dedicarles e idiomas.

Desde que llegaron, además de pasar horas con ellos e integrarles, les han ayudado en las gestiones administrativas necesarias para conseguir la documentación, el médico, la tarjeta de transporte o la escolaridad de la niña, que ya ha comenzado a dar clases en el mismo aula que la hija menor del matrimonio, Ana, con quien la joven ucraniana comparte habitación. «Se entienden como pueden con el traductor de Google», indica Inma.

Jugando al futbolín y la consola.
Jugando al futbolín y la consola.

Shota, Tania y Angelica escaparon de su ciudad, Kamenstoe -una de las que primero bombardeó Rusia dada su cercanía-, al inicio de guerra (a él lo dejaron salir del país porque es georgiano). Estuvieron tres días de camino hasta llegar a la frontera con Polonia, donde permanecieron dos días con la esperanza de que todo se calmase. Pero con los tintes que cogió el conflicto, decidieron venir a España. Que un agente -el policía jefe de Boadilla- estuviese al mando del autobús les dio confianza.

En Ucrania, él, arqueólogo, trabajaba en una biblioteca y ella, en una compañía metalúrgica. Están a salvo, dicen, pero han dejado mucho atrás. Tania vino con una hermana y sus dos hijas, también acogidas por otra familia de Boadilla, pero se echa a llorar recordando que sus padres se han quedado allí. «Lo están pasando mal, casi todo el tiempo lo pasan en el sótano porque las sirenas no paran», dice emocionada mientras los dos perros de la familia, que no se han separado de ellos desde que llegaron, no la quitan ojo.

«No quería salir, pero la saqué de allí a rastras. Era muy peligroso y teníamos que pensar en nuestra hija», apunta Shota. Ahora, «estamos tranquilos y agradecidos, felices de estar con esta familia. Ojalá algún día podamos devolverles lo que están haciendo», expresa.

«Estamos intentando aprender español para intentar reconstruir nuestras vidas», indica poco después el georgiano, que no renuncia a volver a Ucrania en cuanto se pueda. «Es nuestra casa y la echamos de menos», añade. De momento, está volcado en encontrar trabajo, algo que él anhela para sentirse útil, para que su cabeza deje de pensar en todo lo que han perdido y para «no molestar». «Ésa (la última) es su mayor preocupación», señala incrédulo Jesús. «Yo siempre le digo que yo he elegido esto. Ellos no han podido».

Gema, Pedros, sus hijos y Olga (dcha).
Gema, Pedros, sus hijos y Olga (dcha).

Muy cerca de allí vive Gema con su marido Pedro y sus hijos, Nico (7 años) y Valeria (5), y, los fines de semana, sus padres. Ellos también sufrían cada vez que enchufaban el televisor. Su marido, cuenta ella, estuvo por coger el coche y lanzarse a la frontera, pero sopesándolo, decidieron que era mejor buscar algo organizado.

Tras quedarse sin la familia que al inicio le asignó el Ayuntamiento, Gema se puso en contacto con el colegio Virgen de Europa -donde acuden sus hijos-, que se había movilizado para traer a casi un centenar de ucranianos con el apoyo la ONG Rescate. La mayoría de las personas que vinieron ya tenían dónde ir, pero la organización movió su teléfono y Olga le llamó.

Olga vino por primera vez a España hace seis años y ha vivido aquí largas temporadas -en Las Rozas, Estepona y Aranjuez-. «Mi historia no es la típica», dice. Pensaba venir con una amiga y alquilar alguna habitación, pero en el último momento ésta decidió quedarse en Alemania y, sin apenas recursos, se puso en contacto con una web -Shelter for ua-, que le llevó a esta familia de acogida. «He montado mi propio proyecto (una escuela de idiomas online) y lo que he ganado lo he invertido en él. Apenas tenía 300 euros para venir», cuenta la ucraniana.

Su integración ha sido mucho más fácil porque habla español. No es una refugiada como tal, porque tiene su NIE, pero le extendemos el calificativo porque, al igual que los demás, ha venido a nuestro país huyendo del conflicto.

«Me iba muy bien, pero [cuando empezó la guerra] todo el mundo entró en shock. Algunos de mis alumnos me escribían diciéndome que no tenían energías para seguir, otros que estaban en los sótanos... Ver que no les podía ayudar me machacó psicológicamente. Vi que no podía trabajar, que me estaba quedando sin dinero y tenía miedo porque no sabía cómo iba a avanzar la situación», relata. «Antes también ha habido guerras, pero cuando te afecta, te duele el alma. Hasta que no le pasa a tu país, no sabes el tipo de dolor que es», añade Olga.

Olga en su ciudad natal, antes de la guerra.
Olga en su ciudad natal, antes de la guerra.

Su ciudad, Kamianets-Podilsky (junto a Polonia) aún no ha sufrido los estragos de los bombardeos, pero está preocupada porque, dice, que «no hay lugar seguro en Ucrania». Allí está su padre, que se ha negado a abandonar su hogar, pese a que por edad podría, y una prima embarazada, que no quiere dejar a su marido. «Estoy muy preocupada. Hablo todos los días con ellos. Espero que no pase nada más grave de lo que ya está ocurriendo».

«Al principio me sentía incómoda. Hay gente de ciudades donde están bombardeando muchísimo... pero, dentro de lo que puedo, estoy en grupos de voluntarios, ayudando con la traducción o contándole a algunas familias cómo son las cosas aquí, qué se puede hacer siendo ucraniano o dónde se puede aprender mejor español». También ha cedido a una alumna y su hija, que vivían en una zona conflictiva, su antigua habitación.

«He tenido mucha suerte. Muchas veces pienso dónde podían haberme acogido mejor. Me siento más que acogida, adoptada. Me están mimando muchísimo», dice. Hasta la han ayudado a poner al día su currículum para encontrar trabajo como profe en el cole de los niños, dice.

Gema y su marido no descartan adoptar a otra familia, pero por ahora quieren volcarse con Olga. «Cuando acoges a alguien hay que dedicarle tiempo, hay que acompañarle, ver cómo viene, hay que hacer que se sienta integrado y parte de la familia», señala la mamá.

Consciente de que no todo el mundo tiene tiempo y espacio, «hay muchas maneras de ayudar», cuenta Gema detallando esas familias soporte que echan una mano a las acogedoras, por ejemplo, ayudándoles en los gastos mensuales, o esas otras que ceden sus casas para que los ucranianos que van a ser acogidos en otra ciudad puedan hacer hacer noche antes de seguir su trayecto, o las que ofrecen sus servicios (de idiomas, sanitarios...).

La familia en la cocina de la vivienda.
La familia en la cocina de la vivienda.

«Tenemos un chat de todas las familias que quieren ayudar. Quizá hay gente que no puede acoger pero puede darles un trabajo, por ejemplo. Ahora mismo hay varias líneas de acción. Boadilla está funcionando super bien a nivel de equipo», añade.

En la casa de Sergio, Sara, las pequeñas Teresa (4 años) Carmen (1) y la abuela Maritere ha recalado la familia formada por Dimitri -campeón paralímpico de natación en los JJOO de Río y Londres-, su mujer Margarita y Nicole (4 años).

¿Qué os decidió?, preguntamos a Sergio. «Haz tú lo que te gustaría que hicieran por ti», dice a modo de resumen este maestro de educación especial, quien cuenta que sin la ayuda de su suegra no hubiesen podido sumarse a la iniciativa del Consistorio. «Mi mujer y yo trabajamos mañana y tarde y ella es la que más tiempo pasa con ellos».

«Les hacemos ver todos los días que son uno más de la casa», señala este madrileño, «y estarán aquí el tiempo que necesiten». «Ellos quieren volver a Ucrania, tienen todo allí», pero, mientras, intentarán hacer su vida aquí. Dimitri, para empezar, ya está en vías de entrar en el centro de alto rendimiento.

«Ahora están más tranquilos -han huido de Donbás, una de las ciudades atacadas-. Margarita, que es maestra de educación infantil, está encantada con mis hijas. Mi suegra es casi como la abuela de Nicole. Y las niñas son como hermanas», añade antes de sentenciar: «Nosotros no somos más que nadie, sólo somos un pequeño granito de arena de toda la solidaridad de España y Madrid».

Boadilla, solidaria como pocas

A día de hoy, en Boadilla hay 189 refugiados acogidos por familias de allí, más otros 179 que están viviendo en la Ciudad Financiera del Banco Santander, unos 400 en total.

Teniendo en cuentas las cifras que ha facilitado el Gobierno de España, que estima en 80.000 los ucranianos que han cruzado nuestras fronteras, este municipio acoge al 0,5% de los refugiados que han llegado a España.

"Como alcalde es un orgullo, y para eso hemos trabajado desde el inicio de la invasión: para abrir las puertas de nuestra ciudad a quienes más nos necesitan actualmente. Algo que ha sido posible no solo al autobús que fletamos para su recogida o la adaptación de los servicios públicos para estas personas, sino, sobre todo, gracias a la extrema generosidad de nuestros vecinos y de instituciones como el Banco Santander", ha señalado Javier Úbeda a este diario.

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