EL CAMPAMENTO EN
RELACIÓN CON LA
CIUDAD: INFORMALIDAD
Y MOVILIDADES
RESIDENCIALES DE
HABITANTES DE ALTO
HOSPICIO
INFORMAL SETTLEMENTS
IN RELATION TO THE
CITY. INFORMALITY AND
RESIDENTIAL MOBILITIES
OF ALTO HOSPICIO´S
DWELLERS
Walter Imilán1, Eduardo Osterling2,
Pablo Mansilla3, Paola Jirón4
Walter Imilán, Eduardo Osterling,
Pablo Mansilla, Paola Jirón
Resumen
Abstract
Los
campamentos
son
habitualmente
observados como una unidad en sí misma, islas
dentro de las ciudades, espacios delimitados
de la exclusión urbana. Esta visión fija la
informalidad urbana como un asentamiento
autocontenido. Los campamentos en Alto
Hospicio (Norte de Chile) han jugado un rol
central en el desarrollo de la ciudad tensionando
esta visión estática. No son unidades aisladas,
sino situadas en el centro del funcionamiento
urbano. A través de relatos que dan cuenta de
las movilidades residenciales de sus habitantes
desarrollamos una perspectiva relacional,
que propone develar las formas en que el
Campamentos (informal settlements) are usually
observed as units, islands within cities and
located places of urban exclusion. This vision sets
urban informality as enclaves. The campamentos
in Alto Hospicio (North of Chile), which have
played a central role in the development of
the city, stress this static vision. Observing
on experiences of residential mobilities of its
inhabitants, we develop a relational perspective,
which proposes to unveil how the campamento
is produced by a set of interdependent relations
with the city. Informality, vulnerability, and
precariousness expand beyond the campamento
“object”. Three family stories are presented that
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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campamento es producido por una trama de
relaciones interdependientes con la ciudad de
la que son parte. En el caso de Alto Hospicio,
la informalidad, vulnerabilidad y precariedad
se expande más allá del “objeto” campamento.
Se presentan tres relatos familiares que aportan
a desarrollar un análisis más situado sobre la
relación entre campamentos y espacio urbano,
así como a comprender el desarrollo de una
ciudad de acelerado crecimiento y vibrante
transformación como es Alto Hospicio. El
artículo argumenta que el caso de Alto Hospicio
invita a repensar el concepto y tratamiento
de la informalidad urbana más allá de los
campamentos, promoviendo la apertura de
nuevas preguntas teóricas y empíricas en los
estudios urbanos chilenos para comprender en
profundidad las experiencias situadas en que las
personas construyen su lugar en la ciudad bajo el
modelo (neoliberal) actual de desarrollo urbano.
contribute to develop a more situated analysis
of the relationship between campamento and
urban space, as well as to understand the
development of a city of accelerated growth and
vibrant transformation such as Alto Hospicio.
The paper argues that the case of Alto Hospicio
invites us to rethink the concept and treatment
of urban informality beyond the campamentos,
promoting the opening of new theoretical and
empirical questions in Chilean urban studies to
fully understand the experiences in which people
build their place in the city under the current
urban development (neoliberal) model.
PALABRAS
CLAVE:
ALTO
HOSPICIO;
ASENTAMIENTOS
INFORMALES;
CAMPAMENTOS; INFORMALIDAD URBANA;
MOVILIDAD
RESIDENCIAL;
VIVIENDA;
VULNERABILIDAD URBANA.
KEYWORDS:
ALTO
HOSPICIO;
HOUSING;
INFORMAL
SETTLEMENTS;
RESIDENTIAL
MOBILITY; URBAN INFORMALITY.
Recibido: 2019-06-02
Received: 2019-06-02
Aceptado: 2020-05-11
Accepted: 2020-05-11
1
Universidad Central de Chile, Chile, https://orcid.org/00000002-2478-8176. Correo electrónico: walter.imilan@ucentral.cl
3
2
Universidad Alberto Hurtado, Chile, https://orcid.org/00000002-7734-7374. Correo electrónico: osterling12@hotmail.com
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile, https://
orcid.org/0000-0001-8479-7560. Correo electrónico: pablo.
mansilla@pucv.cl
4
Universidad de Chile, Chile, https://orcid.org/0000-00029297-5301. Correo electrónico: paolajiron@uchilefau.cl
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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Introducción
Los campamentos han jugado un rol relevante
en la conformación de Alto Hospicio desde
su origen como ciudad a mediados de los
años 80s. La ciudad ha experimentado una
transformación acelerada: pasó en un par
de décadas de menos de un millar a cerca
de 110 mil habitantes (Instituto Nacional
de Estadísticas de Chile [INE], 2018). La
construcción subsidiada y masiva de vivienda
ha sido el principal motor de crecimiento
urbano; no obstante, esto no ha significado el
fin de los campamentos. A la vez que se propone
la formalización de campamentos, nuevos
habitantes ocupan a veces los mismos terrenos
o surgen nuevos campamentos. El asentamiento
informal se ha consolidado a través de los años
como una estrategia de acceso a la vivienda en
Alto Hospicio.
En muchas ciudades del país, hacia fines del
siglo pasado, los campamentos experimentaron
un decrecimiento. Sin embargo, desde el 2010
resurgen como estrategia habitacional precaria.
Existe consenso en explicar esta nueva fase
por el incremento de los precios de vivienda,
los programas de vivienda excluyentes y
un conjunto de condiciones más amplio de
desigualdad estructural imperante en el país
(Brain, Prieto y Sabatini, 2010; CIS TECHO
Chile, 2015, 2017; López-Morales, Flores y
Orozco, 2018; Morales Martínez et al., 2017;
Ojeda, Bacigalupe y Pino, 2018; Skewes, 2002).
Sobre el campamento persiste una visión que lo
analiza como una unidad aislada de la ciudad,
como un espacio acotado de concentración
de vulnerabilidades cuya existencia socioespacial es, en sí misma, un fenómeno de
expresión de desigualdades estructurales.
Prevalece una forma de comprensión que
delimita el asentamiento informal y lo trata
como una unidad estática, fija y aislable; un
producto residual de la producción del espacio.
Se representa en la operación de la lógica
de inclusión y exclusión, de lo legal e ilegal
(Ministerio de Vivienda y Urbanismo [MINVU],
2013), de la carencia (MINVU, 1998), en el
binomio de lo formal e informal, cuya respuesta
por parte del estado se sitúa en el mejoramiento
habitacional (Matus Madrid, Ramoneda y
Valenzuela, 2019). Estudios recientes basados
en análisis cuantitativos han provisto una base
estadística importante para la actual situación
(CIS TECHO Chile, 2018; MINVU, 2011,
2013), pero desvinculando el asentamiento de
las ciudades en que se desarrolla. En efecto,
el campamento es tratado como una unidad,
comparable con otros campamentos, pero no
situado dentro de tramas urbanas particulares.
La pregunta que guía nuestro texto se orienta
a comprender los campamentos -en relación
con la ciudad de Alto Hospicio- no como
unidades aislables, sino como parte integrante
de las tramas que permiten a sus habitantes
realizar sus vidas cotidianas. Para ello, vamos
más allá de un funcionalismo empírico que
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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defina el campamento a partir de la medición
de variables de desigualdad y exclusión -como
son el nivel de ingresos, educación formal y
ocupación, entre otros. Nuestro foco de análisis
son las movilidades residenciales realizadas por
los habitantes de los campamentos, con el fin de
comprender cómo el habitar en el campamento
se relaciona con decisiones, creación de redes,
oportunidades y eventos personales que
los habitantes construyen en contingencias
específicas. Desde esta perspectiva proponemos
una reflexión que toma el campamento como
parte de un proceso en devenir permanente de
producción urbana.
Las formas en la que funciona Alto Hospicio
muestran que limitar la categoría de
informalidad urbana al campamento resulta
insuficiente. Más allá de los aspectos legales de
la propiedad, las condiciones de habitabilidad
y seguridad de la tenencia son aspectos que
urge considerar de forma más amplia en la
noción de informalidad. Las movilidades
residenciales de los habitantes develan que sus
vidas cotidianas se construyen en una compleja
trama de relaciones donde se diluye el límite
entre lo informal y lo formal, tanto en espacios
habitacionales como laborales. Por otro lado,
habitar en el campamento no es, en absoluto,
sinónimo de marginalidad y exclusión, como
muestran las movilidades de los habitantes
al combinar diferentes estrategias de vida de
forma muy dinámica.
El uso que prodigamos a las movilidades
residenciales surge de la evidencia etnográfica de
nuestro estudio en Alto Hospicio, cuyo objetivo
era develar las prácticas socio-espaciales
del habitar de sus diversas poblaciones y no
sólo de los campamentos. Al indagar en la
conformación de los campamentos, emergían
trayectorias complejas donde la distinción
entre formal o informal no era evidente, ni
tampoco el clasificarlas en trayectorias de vida
ascendentes o descendentes en función de
algún parámetro externo. Por ello, distinto al
uso general que se realiza de las movilidades
residenciales como instrumento para analizar
la estratificación social y la reproducción de
clases sociales (Abramo, 2008; Cosacov, Di
Virgilio y Najman, 2018; Di Virgilio, 2018), nos
interesa introducir elementos de los estudios de
movilidad, en particular de la movilidad como
un enfoque (Jirón e Imilán, 2018a) para leer las
trayectorias residenciales, enfatizando cómo los
y las habitantes producen el espacio a través de
sus prácticas cotidianas y no sólo a través de
las condiciones socioeconómicas que soportan
sus decisiones habitacionales. Este enfoque
se apoya en una concepción relacional del
espacio (Massey, 2005), según la cual, los y las
habitantes producen relaciones significativas
con otras personas, con elementos físicos y
materialidades, prácticas y saberes, dando
forma a los espacios vividos cotidianamente
(McFarlane, 2011). Nuestro enfoque nos alienta
a observar los campamentos más allá del
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
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asentamiento mismo para comprender como
los habitantes organizan sus vidas cotidianas
en el espacio urbano, donde el campamento
forma parte de esa trama (Iturra, 2014; Jirón y
Mansilla, 2014).
Entre los años 2017 y 2018 realizamos decenas
de entrevistas con habitantes de diferentes
campamentos de la ciudad, en el marco de una
investigación más amplia orientada a develar
las prácticas del habitar en Alto Hospicio. En
el presente texto presentamos los casos de
tres familias, con quienes reconstruimos sus
propios relatos de movilidades residenciales en
los cuales nos basaremos para plantear, como
debate, la necesidad de reconceptualizar el
campamento y el sentido mismo de la relación
formal / informal.
Conceptos: informalidad y
movilidades residenciales
La informalidad urbana a nivel global ha estado
sometida a un intenso debate (Harris, 2018).
Se interrogan sus diversos contextos, más
allá del sur global, y se indaga por su rol en
las vidas cotidianas de sus habitantes más allá
de la economía política. El estado actual de la
definición de informalidad urbana ha puesto
en crisis el marco binario de formal/informal,
inclusión/exclusión (Banks, Lombard y Mitlin,
2020; McFarlane, 2019). Históricamente, la
noción de informalidad ha operado como una
forma colonial de control (Marx y Kelling, 2019;
Varley, 2013) sobre procesos que en países del
sur son parte sustancial de la urbanización
(AlSayyad, 2004). Superar la visión normativa
y colonial permite entrar a una reflexión
que invita a observar la informalidad como
procesos que desafían el pensamiento urbano
actual. Roy (2005) propone reformular la
planificación para un “estado de excepción”
permanente, desvinculando la informalidad
de asentamientos vulnerables para entenderla
como una lógica de organización urbana
(AlSayyad y Roy, 2004, pág. 5). Roy (2005) le
entrega el valor de dispositivo para comprender
las prácticas territoriales del estado y los
procesos de acumulación del capital. Pero
la informalidad no es sólo producto de las
relaciones estructurales entre el estado y
el capital, sino también de las prácticas
cotidianas de los sujetos que son centrales en
su producción.
Incorporar la movilidad como enfoque (Jirón
e Imilán, 2018a) a la comprensión de los
asentamientos informales invita, en primer
término, a diluir la noción de unidades discretas
y fijas en el territorio. El foco en las prácticas
espaciales de los habitantes devela que las
personas construyen sus vidas cotidianas más
allá de sus viviendas y barrios, construyendo
continuos de experiencia en diferentes espacios
(Imilán, Jirón e Iturra, 2015). La experiencia
de la vivienda, incluso, excede su propia
materialidad, expandiendo prácticas que
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pueden ser comprendidas como privadas hacia
otras espacialidades. De hecho, la perspectiva
de la movilidad tiende a disolver categorías tales
como público y privado, poniendo énfasis en el
continuo de la experiencia y no en su anclaje
(Iturra, 2014). Esta perspectiva se sustenta en
un concepto de espacio que enfatiza su cualidad
relacional, múltiple, conflictiva y procesual
(Massey, 2005). Los espacios, entendidos
como algo no concluido ni único, tensionan
miradas que identifican las dinámicas locales o
micro-espaciales como expresión de relaciones
socioeconómicas estructurales. Pero son las
miradas estructurales las que aún prevalecen,
por lo que la lectura de los campamentos como
expresión del neoliberalismo chileno suele ser
una afirmación de entrada (y en muchos casos
de salida) que inadvierte los procesos más
contingentes en la producción de estos espacios.
El estudio de las movilidades residenciales
pone el acento en la importancia del
mercado inmobiliario y de trabajo, donde
se definen como la intersección entre las
necesidades y expectativas habitacionales
de los hogares y factores institucionales y
estructurales (Di Virgilio, 2018, p. 122).
En el contexto de América Latina las
movilidades residenciales devienen en
instrumentos para leer los procesos de
estratificación social en la sociedad urbana,
en el sentido de leer la reproducción de
la clase social a través del habitar en la
ciudad (Cosacov et al., 2018; Di Virgilio,
2009). Nuestro foco no es la estratificación
social, sino la comprensión, a través de la
movilidad residencial, de las formas en que
las personas producen relaciones y a través
de ellas organizan sus vidas cotidianas.
CALLAMPAS, CAMPAMENTOS Y POBLADORES
Los asentamientos informales en el Chile de la
primera mitad del siglo XX fueron formados
por un importante porcentaje de migrantes
campo-ciudad (Ramón, 1990). La llamada
“callampa” es una instalación espontánea de
personas sin casa ni medios para obtenerla
(Castells, 1973). Familias que buscaban hacerse
de una vivienda mínima van mejorando con
el tiempo sus condiciones de habitabilidad
gracias a la autoconstrucción. Según Castells
(1973), el término «campamento» nace en la
articulación entre el MIR y los pobladores de
“callampas” en 1970. La noción de campamento
se vincula con un programa político basado en
la lucha de clases y la organización militante.
De los campamentos surge el “movimiento de
pobladores” que eleva a los habitantes sin casa
al rol de actor social, entregando un marco
de dignidad al habitante del asentamiento
informal (Garcés, 2002; Murphy, 2015). Los
pobladores no son homogéneos ni tampoco
lo son sus intereses, sin embargo, se entiende
que el “poblador”, como categoría amplia,
articulada a partir de las disputas territoriales,
persigue también ciertos intereses de clase
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(Espinoza, 1998; Garcés, 2002). Se trata de
un actor complejo y heterogéneo cuya lucha es
articulada por la vivienda pero que, al mismo
tiempo, la trasciende.
La dictadura militar (1973-1989) mantuvo un
estricto control de la ocupación de terrenos
y de la actividad política en campamentos. La
autoconstrucción se traslada al interior de las
poblaciones ya consolidadas, aumentando
los niveles de allegamiento – cohabitación de
varios núcleos familiares en el mismo predio
- (Jirón, 2012). La dictadura produjo un
cambio en la representación y la concepción
de los habitantes de campamentos a través de
políticas habitacionales focalizadas en virtud de
indicadores de pobreza. La figura del poblador,
como agente político y de transformación, transita
hacia la de un postulante a subsidio de vivienda,
a un sujeto de políticas públicas (Skewes, 2002).
Emergen las políticas contra la pobreza que
representan al habitante de campamento como
pobre, como un sujeto carenciado que el Estado
debe auxiliar (Abufhele, 2019).
En las últimas dos décadas nuevas
organizaciones han emergido recuperando
el legado del movimiento de pobladores en
la lucha por la vivienda desde una posición
política (Angelcos y Pérez, 2017; Janoschka
y Casgrain, 2012). Cabe destacar que la
historiografía y teorización de los asentamientos
informales, de sus procesos y luchas en Chile,
se basan principalmente en lo que ha sucedido
en Santiago -y en menor medida en Valparaíso,
estableciendo el referente con el cual se
leen procesos similares en regiones. Existen
“campamentos históricos”, de 30 años de vida
promedio, localizados habitualmente en áreas
centrales y con carácter de micro-campamento
—hasta 25 familias— (Rivas, 2013). No
obstante, la reemergencia de los asentamientos
informales en la última década actualiza un
tipo de hábitat precario que parecería haber ido
en disminución en Chile por la agresiva política
habitacional iniciada en los 90s. Recientemente,
un exhaustivo catastro hecho a lo largo del país
por CIS Techo Chile (2018), ha identificado a
40.521 familias residiendo en campamentos;
casi el doble de las que lo hacían el 2011 (27.378
familias).
El Ministerio de Vivienda y Urbanismo ha
planteado que los habitantes de campamentos
en la actualidad no corresponden a los sectores
de menores ingresos (MINVU, 2007) sino a
habitantes que deciden asentarse en ellos por
motivos de localización (Brain et al., 2010)
o como alternativa para salir de barrios con
altos niveles de inseguridad (Morales Martínez
et al., 2017). Son asentamientos de alto
dinamismo, tanto en su morfología como en
las diversas condiciones de vulnerabilidad de
sus habitantes (López-Morales et al., 2018). A
nivel público, se ha formado la idea pública de
que los campamentos actuales son una forma
de hábitat estrechamente vinculada con la
reciente migración latinoamericana (Contreras,
Ala-Louko y Labbé, 2015).
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
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ALTO HOSPICIO Y SUS CAMPAMENTOS
Alto Hospicio es la ciudad de más rápido
crecimiento en la historia de Chile. Para 1982
tenía cerca de 400 habitantes, el 2002 llegó
a los 55.880 habitantes (INE, 2002) y hoy,
oficialmente, llega a los 108.377 habitantes
(INE, 2018). La mayoría de los habitantes de la
ciudad son migrantes que han arribado desde
otras regiones del país, pero también de Bolivia,
Perú, Colombia y República Dominicana. El
crecimiento de la ciudad se ha sustentado en la
producción masiva de vivienda social. Si bien la
ciudad se inserta en una región de alta inversión
minera, los habitantes se dedican en gran medida
al comercio, particularmente al comercio por
cuenta propia, en un alto porcentaje.
Los campamentos siempre han tenido un
peso en la ciudad. El año 2000 la Encuesta
CAS observaba que 12.514 personas vivían en
tomas de terreno en los sectores de La Negra,
La Pampa y El Boro, en condiciones de difícil
acceso a servicios básicos (Arriaza, 2004), lo
que habría representado cerca del 20% de la
población de la ciudad en ese entonces. Aún en
la actualidad cerca de 2.400 familias habitan en
campamentos5.
5
Según estimaciones de CIS Techo Chile
http://chile.techo.org/cis/monitor/monitor.php
Alto Hospicio es una ciudad vibrante en su
capacidad de transformación, emplazada
en un entorno que puede parecer hostil al
asentamiento humano. Predomina un paisaje
de pampa desértica y una deficiente provisión
de equipamientos e infraestructura. Además,
se han publicado reportes de calidad de vida
urbana poco alentadores y que en cierta
forma fortalecen el estigma territorial de la
ciudad6. El Índice de Calidad de Vida Urbana7
-elaborado para identificar atractividad de
inversión inmobiliaria- ha localizado a Alto
Hospicio en el último lugar (94) de las ciudades
chilenas el año 2014. En los años 2015, 2016
y 2017 alcanza los lugares número 87, 86, y
78, nunca superando los últimos 15 lugares.
Una progresión aplastada también por el trato
que recibe en medios de comunicación y que
contribuye a lo que Wacquant identifica como
estrategias del poder para la “estigmatización
territorial” (2007), marcando a los habitantes
de un territorio como excluidos y peligrosos
para el resto de la sociedad.
Tarapacá, la región, es una de las que muestra
mayor aumento de campamentos a nivel
nacional, con cifras que se duplican en el
6
7
Alto Hospicio fue dada a conocer en los medios de
comunicación a partir del caso del llamado “sicópata de Alto
Hospicio”. Este evento trágico protagonizado por un asesino
serial (1999-2001) vinculó la estigmatización por parte del
Estado, exclusión y violencia con la ciudad.
Se trata de un instrumento generado por la Cámara
Chilena de la Construcción en asociación con la Pontificia
Universidad Católica de Chile.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
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lapso de seis años. En 2016, se registran 17
campamentos (CIS TECHO Chile, 2015) que
superan con creces los registros de la Unidad
de Campamentos del Ministerio de Vivienda y
Urbanismo, con cinco en el año 2011, tres en
Iquique - la contigua capital regional - y dos en
Alto Hospicio (Ver Figura 1). Este catastro es
realizado por el Programa de Campamentos del
Ministerio de Vivienda y Urbanismo, creado el
año 2010 con el objetivo explícito de “cerrar
campamentos”.
El año 2011 fueron identificados los
campamentos de “Naciones Unidas” y “Exvertedero”. Para el primero, se realizó una
intervención denominada como exitosa, ya que
se logró mediar con soluciones habitacionales
para la mayoría de sus habitantes8. Para el
segundo, se entregaron subsidios habitacionales
que redujeron la población del “Ex vertedero”
de 500 familias a alrededor de 300. El
procedimiento de desmontaje del campamento
fue el siguiente: una vez que las familias
abandonaban el predio de su vivienda, una
cuadrilla de trabajadores se encargaba de poner
algún elemento que impidiera el reasentamiento
de otra familia en el mismo lugar, siendo el
uso de montículos de tierra la estrategia más
común para esto. No obstante, al poco tiempo,
el trabajo de esta cuadrilla territorial perdió
8
Entrevista a la jefatura regional de la unidad, 2017.
eficacia. Aparentemente, los miembros de la
cuadrilla comenzaron a recibir dinero de parte
de pobladores que cobraban por la instalación
de nuevas estructuras en los lugares dejados
por sus antiguos vecinos. Finalmente, los
montículos de tierra fueron removidos y el
terreno allanado para la construcción de nuevas
viviendas (Acosta, 2017). Las formas de renovar
la población de los campamentos han sido,
aunque diversas, efectivas en el repoblamiento.
Incluso la actualización del catastro inicial de
habitantes (2011), realizada por el Ministerio,
arrojó por resultado una población de 700
personas para el año 2015; 200 habitantes más
que en el catastro original (Video 1 y Video 2).
Estos procesos han marcado una nueva
etapa en los campamentos de Alto Hospicio
con una demanda creciente de personas
que presionan por asentarse en ellos. El
campamento “Ex vertedero” se encuentra en
terrenos fiscales, la Unidad de Campamentos
del Serviu9 había establecido un contrato con
los habitantes catastrados que les permite
permanecer en esos terrenos por un lapso de
cinco años, partiendo en 2016. No obstante,
este trato excluye a la población migrante del
campamento -numerosa en Alto Hospiciodebido a una supuesta restricción de cesión de
tierra fiscal a extranjeros. Ambos casos resultan
paradigmáticos, mostrando el dinamismo
9
Servicio de Vivienda y Urbanismo, dependiente del
Ministerio de Vivienda y Urbanismo es el encargado
operativo de abordar los campamentos.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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FIGURA 1: CAMPAMENTOS COMUNA DE ALTO HOSPICIO 2018.
Elaboración propia.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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VIDEO 1: CAMPAMENTOS EN LA PERIFERIA, ALTO HOSPICIO, CHILE.
DISPONIBLE EN: https://www.youtube.com/watch?v=KCvROBYTYLc&t=1s
Fuente: Elaboración propia.
VIDEO 2: CAMPAMENTOS EN LA PERIFERIA, ALTO HOSPICIO, CHILE.
DISPONIBLE EN: https://www.youtube.com/watch?v=hRoAuDPb05U
Fuente: Elaboración propia.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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actual de muchos de los campamentos en Alto
Hospicio, cuya complejidad no se deja reducir a
un solo tipo de proceso.
Metodología
El análisis del presente artículo se enmarca
en un proyecto de investigación10 que en
el transcurso de dos años (2017-2018) se
centró en comprender como los habitantes
producen el espacio de la ciudad a través
de sus prácticas cotidianas (Jirón e Imilán,
2018b). La investigación se realizó junto a más
de sesenta habitantes de diferentes sectores,
ocupaciones e historias en la ciudad. Un
equipo interdisciplinario de doce personas de
las disciplinas de la geografía, arquitectura,
urbanismo y antropología desarrollamos una
metodología multimétodos que integró el
análisis espacial y etnográficas.
Dentro de las prácticas etnográficas s cada
participante participó en una entrevista formal
junto a numerosas conversaciones llevadas
a cabo en sus actividades cotidianas, tanto
en sus hogares, espacios laborales, como en
sus actividades sociales y de celebración en
diferentes momentos del transcurso de la
investigación. Se realizaron análisis espaciales
de la arquitectura y espacios públicos, relatos
10
de vida y etnografías de sombreo en una decena
de casos. Se mantuvo una relación permanente
tanto con las personas participantes como con las
organizaciones. Por ello, nuestra metodología se
define como etnográfica y no tan solo como una
técnica o enfoque (Guber, 2001). Participaron
numerosos habitantes actuales de campamentos,
pero también muchos y muchas otras que lo
habían sido en otros momentos de sus vidas.
A continuación, se narran las trayectorias de
seis personas que conforman tres núcleos
familiares, todas ellas eran habitantes de
campamentos en Alto Hospicio en el año
2017. Los relatos son síntesis de entrevistas y
conversaciones que se proponen describir sus
movilidades residenciales desde el arribo a la
ciudad hasta el momento de su participación
en el estudio.
Movilidades residenciales
JON Y MAITE: DE NARIÑO Y CALI AL “EXVERTEDERO”
Jon nació en Colombia y desde el 2009 vive
en Chile con su esposa y sus dos hijos. Ella se
llama Maite, es de Cali. Jon es de Nariño. Jon y
Maite son pareja desde hace casi dos décadas.
Se casaron en Chile.
Proyecto Fondecyt “Habitar la ciudad intermedia: Prácticas
espaciales en Alto Hospicio y Padre Las Casas” (2016-2019).
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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En el año 2009 tomaron la decisión de
emigrar. Vivían juntos en Cali. Hasta cierto
momento, consideran haberse sentido estables.
Económicamente, “los dos; bien, pero la
situación allá se puso crítica el 2008 cuando
hubo la crisis mundial”- explica Maite.
Entonces, Jon fue despedido de su trabajo
junto con muchos otros compañeros. En ese
momento, Maite aún se encontraba fabricando
“miles de empanadas diarias” en una línea de
producción. Por ese entonces iban a tener a
su segunda hija; Maite estaba embarazada al
momento del despido de su marido. Pensaron
en Aruba como destino, lo que no resultaba
extraño siendo que entre los años 2014-2015 el
5,6% de colombianos que salieron con destino
a América Central y el Caribe llegaron a Aruba
-alrededor de ciento treinta mil personas
(Unidad Administrativa Especial Migración
Colombia, 2016). No obstante, hubo un cambio
de planes: “cuando usted está buscando
opciones de viaje (en Internet) aparecen las más
visitadas (…) tal vez Chile era la más visitada y
nosotros no sabíamos nada.”
Así, por una cuestión de flujos migratorios
y algoritmos, emerge Chile como opción. Al
mismo tiempo, se comienza a diluir Aruba
como destino por dificultades formales y riegos
personales, como ahogos en el trayecto. En
Chile, en cambio, no se requería visa para su
ingreso. El contacto con un migrante en Chile
abrió la posibilidad; “Mi hermana tenía un
novio y en esos días el hermano del novio, el
cuñado de ella venía de Chile, casualmente de
visita” (Maite). Con un poco de información
y un contacto en Chile decidieron emprender
el viaje, dejando atrás la vivienda familiar
que alquilaban. En Colombia vivían junto a
10 familiares, se trataba de “una casa grande
para poder pagar, porque el arriendo es
muy costoso”. La condición que en Chile se
conceptualiza como allegamiento, Jon la refiere
como “en familia”.
Jon llegó a Iquique en junio del año 2009, junto
a su hermana y una amiga de ella. Aunque
tan solo pasaron tres meses entre su llegada
y la de su familia nuclear, Jon vivió en cuatro
habitaciones distintas:
“Cuando yo me vine vivía en una (pieza) de
cholguán [madera aglomerada] que estaba
hecha así. Sí, porque había una casa cuando
yo llegué que llegaba alguien y construía la
casa en un día, un cuarto en un día y después
llegaba otra persona y en un día construían
cuatro cuartos”.
En esa vivienda pagaban 10USD diarios por una
habitación para los tres. Después, se cambiaron
a otra pieza por 8USD diarios, gestionada
por un conocido de origen peruano. En ese
momento Jon consiguió trabajo en una empresa
comercial, lo cual le permitió vivir solo. Luego
se fue a vivir con un amigo, hasta el arribo de
Maite. Cuando llegaron Maite y sus dos hijas,
arrendó una pieza más grande en un “lugar
más bonito” de Iquique, en el centro. Pagaron
un poco más que lo que Jon pagaba, por
divisiones de cholguán y una cocina también
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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compartida. Los cuatro integrantes de la familia
compartían el baño con los habitantes de otras
cinco habitaciones. Después de un año en estas
condiciones decidieron mudarse.
Vieron una oportunidad de mejorar su
precariedad habitacional en el ofrecimiento
de la hermana de Jon, quien estaba “viviendo
en campamento” en Alto Hospicio, y deseaba
mudarse de allí. Ella quería volver a Colombia
por motivos de salud. Cuentan que la hermana no
quería cobrar por una vivienda autoconstruida
en un terreno tomado. Sin embargo, lo hizo.
Cobró a su hermano Jon y a su familia el
equivalente a 2000 USD por la vivienda. Jon y su
esposa viven en el campamento “Ex-vertedero”,
uno de los más antiguos de Alto Hospicio y uno
de los pocos originalmente catastrados por la
Unidad de Campamentos con la finalidad de
desmantelarlo.
Jon y Maite decidieron ir al campamento para
tener más espacio, para que sus dos hijos
pudieran jugar. Acceso directo a la calle,
disponibilidad de la totalidad de espacios de la
vivienda, y no tener vecinos de habitación que
se quejen por los ruidos de los niños, fueron
los atributos más apreciados. Fue central en
su decisión la experiencia cotidiana de los
niños: las libertades espaciales que la vida en el
campamento les puede proveer en comparación
a una pieza en una vivienda antigua del centro
de la capital regional.
Han invertido dinero en algunas mejoras de
la vivienda, especialmente en la habitación
de sus hijos. No saben cuánto tiempo podrán
permanecer, ya que no tienen ninguna
seguridad en la tenencia. Ni siquiera pudieron
acceder al permiso de residencia de cinco años
en el campamento que se ofreció a las familias
chilenas. Sus trabajos están absolutamente
imbricados. Si bien ambos trabajan atendiendo
un negocio formal de venta de jugos, bajo
un régimen laboral irregular, esto no limita
eventuales trabajos de Jon en construcción. El
local de venta de jugos está en las cercanías
del mercado de Iquique, donde se turnan la
atención para que Jon realice otras faenas
esporádicas en construcción.
SANDRA Y ALEX: DE TRUJILLO Y ALTO
HOSPICIO, A LAS TOMAS DE EL BORO
Alex creció en el Boro, una población en el
borde norte de Alto Hospicio. Trabaja como
mecánico, oficio que aprendió en el Liceo en
talleres de Iquique. Llevaba una vida tranquila,
de joven soltero en Iquique, donde arrendaba
una pieza, cuando conoce a Sandra, una joven
peruana de Trujillo. Sandra cuenta que su tía,
quien vive hace treinta años en Chile, “llegó a
Perú y me dijo: hija, ¿vamos a Chile? Y llegó
justo en un momento en que yo andaba mal
y tenía muchos problemas con el papá de mi
hijo”.
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Sandra llega directamente al centro de Iquique.
Al principio vive con su tía, pero por una serie
de conflictos, Sandra comparte casa con ella
tan solo cuatro meses. En ese tiempo conoció
a su primera amiga en Chile, y también a
Alex. Trabajaba y enviaba dinero para su hijo,
se mudó a vivir con su amiga en una pieza
por seis meses. Después de ello se mudó con
Alex. Ambos iniciaron, así, un recorrido por
numerosos arriendos. En la primera habitación
sólo duraron un par de meses:
“la señora de la casa era muy metida,
preguntaba todo, como si fuéramos sus hijos”
(Sandra). Luego, arrendaron otra pieza por un
año, hasta que decidieron ir a Alto Hospicio.
Alex ofreció ir a la casa de su madre, ya no
quería vivir en habitaciones con baño y cocina
compartidas, con miserables condiciones de
habitabilidad, tal como había sido su última
experiencia: “duramos poco tiempo ahí
viviendo porque era insoportable, era un solo
baño para 20 personas (…) la limpieza, cada
uno tiene su forma de vivir”. (Sandra).
Así, llegaron a vivir donde la madre de Alex, en
una casa de cinco habitaciones y 11 habitantes.
Por disputas entre Sandra y su suegra, debieron
mudarse de allí. Entonces, arrendaron una
habitación pequeña en frente de esa casa,
durante cuatro meses. Luego, se cambiaron
de habitación a una más grande, dentro de la
misma casa. Seguían siendo solo dos personas,
pero Sandra estaba embarazada, de alrededor
de cuatro meses: “Perdimos esa guagüita y ya
nosotros estábamos mal (…) porque en esos
tiempos yo estaba ilegal y yo tenía que pagar”.
Su situación migratoria irregular la obligó a
pagar el monto completo de la intervención
médica. Ochocientos mil pesos (1200 USD),
según afirman. Esta situación estimula el
inicio de sus trámites de regularización. El año
2006 Sandra obtiene una residencia definitiva
en Chile. Un año después, la pareja tiene a su
primera hija, en mayo. Ya siendo tres, logran
arrendar un espacio con dos habitaciones y
una cocina. Esas habitaciones se encontraban
dentro de una casa. Todo de material noble:
ladrillo, cemento. Incluso “tenía baño y un poco
de patio”. Su salida se debió a una necesidad
económica que se cruzó con un ofrecimiento
familiar. La hermana de Alex les ofreció una
casa de su propiedad, que en realidad era un
departamento interior, una pequeña casa
de material ligero en el patio de la casa en la
que vivían la hermana, su marido y su hijo.
La nueva habitación tenía condiciones más
precarias que su última pieza arrendada, pero
era mejor que todos los arriendos a los que
había en Iquique, según su valoración. Vivieron
allí menos de un año. Sandra explica: “(…) era
un martirio porque yo cuando discutía con él
como que se metía el hermano, el papá y todos
se enteraban de lo que estaba pasando (…) ellos
siempre andaban pendientes, si discutíamos, si
no discutíamos”.
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Alex toma la administración del taller
mecánico de su tío, donde trabajaba. Debido a
ello, deciden arrendar una pieza lo más cerca
posible del taller. Resulta una decisión que
también resguarda la relación con su familia,
dada la intromisión en sus asuntos familiares.
En este nuevo contexto, la pareja tiene que
cubrir dos arriendos mensuales; el del taller y
el de la habitación. Entonces, Alex se preguntó:
“¿Para qué vamos a pagar otro arriendo?
Vámonos a vivir al taller”. A los pocos meses,
Alex construye una habitación dentro del taller,
solucionando así dos necesidades en un mismo
espacio: vivienda y trabajo. Superan el gasto
de dos arriendos y concentran sus actividades
diarias en un solo punto de la ciudad.
Cuando parecía que habían logrado
estabilidad, el dueño del local del taller
mecánico les solicita la devolución. Regresan
-abruptamente- al mercado de arriendo de
piezas. Del centro de Alto Hospicio vuelve
a El Boro, donde se encuentran los arriendos
más bajos. Allí, se quedaron por alrededor de
seis años. Arrendaron una casa sólida, una
vivienda social de mediados de la década del
2000. Recuerdan que la casa se encontraba en
muy mal estado, “era un mugrerío” – afirma
Sandra. Tuvieron que remodelarla y pagar las
deudas de las cuentas. El valor del arriendo
fue subiendo sostenidamente hasta alcanzar
los 250USD mensuales. En ese escenario, Alex
recibe el llamado de un amigo que le dice que
muy cerca de donde viven están levantando
un campamento. A Alex le parece una buena
opción e inicia la coordinación y negociación
con los primeros llegados a la toma, partiendo
entonces con la construcción.
Alex utilizó sus conocimientos como constructor
para levantar una casa de material ligero,
“pero con partes sólidas”. Sandra reconoce
que se endureció en el campamento, “yo antes
era que a mí me decían algo y yo me ponía a
llorar, ahora no, ahora me pongo chora, como
dicen los chilenos” – resume su experiencia. El
dinero que ahorran en el arriendo lo invierten
en la vivienda: “Yo no pago arriendo, pero es
como si pagara arriendo porque pago banco,
pagamos letras, pagamos cosas. No, no vivimos
encalillados tampoco ni millones pagados, pero
yo quiero tirar la casa p’arriba”. (Alex).
Extrañan algunas comodidades de las casas
sólidas que arrendaron, como la ducha y la red
de alcantarillado. Mantienen el interior libre de
tierra y sus muebles parecen sobredimensionados
para ese espacio. A pesar de la inseguridad que
trae la posibilidad de que en algún momento
puedan ser desalojados, la familia sigue
mejorando su vivienda. Alex compra materiales
regularmente, como el reciente estanque de agua
que habilitó, pero lo fundamental para ellos es el
ahorro en el arriendo.
“si nos fuéramos a arrendar sería ya un poco
más alto el presupuesto, ahí ya tendría que vivir
con 500 lucas [800 USD] mensuales porque,
¿cuánto me irán a cobrar por un arriendo: dos y
tanto, tres gambas [300-450 USD].” (Alex)
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de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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Alex se sigue dedicando a la mecánica,
mientras que Sandra administra los recursos,
emite las boletas y genera contratos para quien
lo necesite. Muchas de nuestras conversaciones
se llevaron a cabo con Alex bajo un camión
distribuidor de gas. Otros encuentros se vieron
interrumpidos por bajadas intempestivas de
ambos a Iquique adonde se dirigían a comprar
repuestos a la Zofri para luego revenderlos por
Alto Hospicio.
SERGIO Y ALBA: DE TEMUCO Y ARICA A LAS
TOMAS DE EL BORO
Sergio dejó Temuco en el año 1996. Allí había
nacido 23 años antes, tiempo en el que también
tuvo cuatro hijos. Su destino era Iquique,
buscando trabajo en la industria minera: “En
esos años estaba recién Collahuasi formándose,
y resulta que me dieron la posibilidad de trabajar
[y] como yo estaba estudiando gastronomía,
entré a Central Restaurantes”.
Esa ilusión nortina que atrajo a muchos, resultó
materializándose en diez años de trabajo en los
casinos de Collahuasi. Si bien creía que sería
una estadía temporal, y plenamente laboral,
los 23 años que lleva en la región hablan de
un proceso más complejo. En el año 2008
sufre el fallecimiento de su pareja, cuando “tan
solo” llevaban un par de años de relación. El
efecto emocional de aquello se suma a una
inestabilidad laboral creciente, por lo que
recuerda haberse sentido solo y sin un rumbo
definido. Dos años después, el 2010, conoce
a su actual esposa, una ariqueña de 45 años,
también madre de hijos adultos. Se casan un
par de años después y comienzan a compartir
habitaciones en la ciudad de Iquique.
Los trabajos esporádicos en los que se
desempeñó Sergio después de los casinos de
Collahuasi dificultaron su acceso a vivienda.
La inestabilidad laboral y el alto precio de los
arriendos los llevaron a tomar una decisión que
definen como “difícil”: decidieron dejar Iquique
y probar suerte en Alto Hospicio. Sergio recuerda
que se negaba a esta opción: “yo decía antes ‘no
me voy a Hospicio ni que me jalaran’, siempre le
decía yo a mi señora, ‘ni aunque me regalaran’”.
Una amiga de la pareja, y residente de los
campamentos de El Boro, les insistía en evaluar
seguir su camino, basándose en sus evidentes
dificultades para pagar los arriendos a fin de mes
en la capital regional. Ellos consideran que la
amiga los “convenció”. Su situación económica
estaba tan disminuida que la llegada a Alto
Hospicio solo fue posible con un préstamo. Un
préstamo de su amiga, residente en las tomas de
terreno de El Boro. La pareja acepta y se acercan
al Comité de Vivienda “Virgen de Montserrat”.
Sergio y Alba debían levantar su hogar. Con un
predio designado, no sabían cómo empezar,
nunca habían construido nada: “yo sin saber
construir, y todo lo que tú ves lo hemos hecho
yo y mi señora […] de a poquito, y hemos
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de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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ido de a poco para adelante”. Sergio sufre de
diabetes e hipertensión. Alba se considera
fuerte, y un apoyo importante para esa
condición, que deciden enfrentar como núcleo:
“Yo puedo trabajar normal en una empresa,
qué sé yo, porque yo estoy sana, no me voy a
descompensar, pero yo soy su esposa, estamos
de la mano acá en esta lucha”.
En cuestión de meses, Sergio adquirió un rol
de líder en el comité y fue postulado por sus
vecinos para la dirigencia: “Mire, fue porque
tenían que cambiar la directiva, y resulta
que yo no quería participar, a mí me gusta el
trabajo social, porque a mí me gusta ayudar”.
Sin embargo, las responsabilidades asociadas
a la directiva ahondaron sus dificultades
laborales. Sergio dice haber perdido un trabajo
en un supermercado de Iquique por atender las
necesidades del Comité. Así llegaron a trabajar
a la principal feria de la ciudad, una de las más
grandes del país: “La Quebradilla”. Allí, ofrecían
bebidas energéticas y otros refrescos para lograr
un sustento. El proceso de asentamiento en el
campamento abrió caminos no imaginados
para ellos: “Sí, la hemos luchado, así que ahí
estamos dándole, después de que yo no me
quería venir para acá y [ahora] estoy como
dirigente”. (Sergio).
En la región de Tarapacá, Sergio cumplió
su objetivo inicial de trabajar en minería,
pero también conoció a su esposa ariqueña
y aprendió a producir su hábitat, a dirigir un
comité de vivienda, y a vender en la feria. En
El Boro ejerce la función de vicepresidente del
comité “Virgen de Montserrat”. Pero aún le pesa
un tanto el cambio del verde de Temuco por los
áridos paisajes de la pampa.
Campamento: relaciones y
vida cotidiana
En los casos expuestos, las movilidades
residenciales se basan en una trama compuesta
por arriendos de piezas, convivencias,
arriendos de casas o utilización de instalaciones
comerciales. Las familias pagan regularmente
una renta. La movilidad residencial es
extremadamente alta, debido a la precariedad
de las construcciones y a los problemas de
convivencia, así como a los cambios en las
situaciones laborales, familiares o de salud.
Destaca la regularidad en el ingreso a través
de actividades remuneradas continuas, que
se mueven entre formales e informales.
Los y las habitantes más que definidas por
su marginación a determinados sistemas
económicos,
experimentan
trayectorias
vulnerables, atraviesan ascensos y descensos
económicos agresivos motivados por trabajos
precarios y por la emergencia de situaciones
personales y familiares, frente a lo cual deben
recurrir a sus redes como principal recurso
para superar crisis.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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La presencia de población migrante requiere
de una reflexión específica. Los proyectos
migratorios poseen etapas y cada una de ellas
está formada por metas particulares que orientan
las decisiones de las personas migrantes. En la
primera etapa del proceso migratorio, las redes
sociales basadas en el lugar de origen juegan un
rol significativo en el traspaso de información
y apoyos en la inserción, cosa que se expresa
tanto en lo material y de subsistencia, como
en el ámbito afectivo (Imilán, Margarit y
Garcés, 2014). Algunos grupos buscan ahorrar
recursos de todas las formas posibles. Las
transiciones habitacionales dependen también
de una búsqueda: motivaciones, metas, y
constreñimientos formales. En este sentido el
agrupamiento en viviendas de bajas condiciones
de habitabilidad, con el fin de reducir costos,
es una estrategia ampliamente aplicada en la
primera etapa migratoria (Osterling, 2013).
La regularización del estatus migratorio
resulta un proceso marcado por elementos
propios de la debilidad de la institucionalidad
migratoria, así como también por elementos de
carácter fortuito, los cuales atentan contra las
condiciones que favorecen a un acceso pleno
a derechos sociales. Esta condición de estatus
se encuentra en la base de la vulnerabilidad de
la población migrante, que durante años debe
cumplir con requisitos que le permitan acceder
a programas y políticas sociales diseñados
precisamente para enfrentar esa precariedad y
suplir -de manera parcial- las condiciones de
desigualdad estructurales.
El acceso al campamento se puede producir por
caminos muy diversos. En los casos presentados
las formas de acceso se diferencian claramente
del mecanismo de asociatividad que caracterizó
las tomas de terreno con organización
política. Si bien, Alex y Sandra participan de
la construcción de un campamento basado
en una red de conocidos y familiares, ésta no
tiene una organización política o basada en
algún tipo de militancia. Del mismo modo
Sergio, quien requiere tan solo de un buen
contacto y un préstamo informal para acceder
a su predio. En Alto Hospicio, existen tomas
basadas en una organización fuerte e incluso
militante, pero están lejos de ser la tendencia
mayoritaria. En estos casos, se suele valorar
también la seguridad de compartir con vecinos
que tienen un propósito en común, que puede
ser beneficioso para la solidaridad entre vecinos
a través de cadenas de cuidado y protección
de niños. El caso de Jon y Maite muestra la
emergencia de un mercado de transacciones
económicas en los campamentos pese la
inseguridad de la tenencia.
Los precios involucrados en el arriendo de
habitaciones son extremadamente altos. En
Iquique, una habitación puede tener el valor
de un sueldo mínimo, mientras que en Alto
Hospicio puede ser levemente menor. Junto
al cálculo económico se encuentran otras
consideraciones, como es la convivencia y la
valoración de un espacio con autonomía, como
en el caso de Jon y Maite, quienes aprecian la
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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posibilidad de que sus hijas cuenten con más
espacio en el campamento, el acceso a un patio,
una puerta a la calle, a una casa. Este no es un
caso aislado; en muchas otras narraciones de
campamentos de Alto Hospicio la valoración de
la amplitud del espacio habitacional, pensado
para niños especialmente, surgía como una
razón muy relevante entre los habitantes.
El campamento no es percibido de forma
inequívoca como un descenso en las trayectorias
residenciales. En los casos presentados, éstos
no son problematizados en sí mismo como un
lugar de exclusión o marginación, sino como
un espacio temporal e incluso con potencial de
realización de sus proyectos de vida.
Conclusiones
Las movilidades residenciales presentadas
plantean una continuidad entre el campamento
y el espacio urbano de Alto Hospicio. Las
movilidades se despliegan por una serie de
espacios a través de la ciudad, vinculadas al
trabajo, las relaciones familiares, los proyectos
económicos y conjuntos de relaciones con
amistades y familiares. Las experiencias que
las componen muestran una continuidad y una
interrelación entre ellas.
Los habitantes de los campamentos de Alto
Hospicio no son los pobres urbanos descritos
durante el siglo XX como población marginal
y excluida sino personas que experimentan
distintos tipos de vulnerabilidad expresadas
en trayectorias ascendentes y descendentes
en términos de sus condiciones de vida. Son
personas que poseen agencia, capacidades
y conocimientos que les permiten, dentro
de un restringido campo de posibilidades,
construir un espacio en la ciudad. Habitantes
con trayectorias inestables lidian con la poca
protección del Estado y agresivos mercados de
vivienda y laborales. Se trata de habitantes que
se asientan en un campamento como producto
de un sistema decisional que busca un balance
entre diferentes aspectos de sus experiencias
previas. Para los casos que hemos presentado, el
campamento no es la última ni la única opción.
Los campamentos de Alto Hospicio no
son unidades aisladas. Las movilidades
residenciales y las relaciones que las producen
plantean un cuestionamiento a las distinciones
entre lo formal e informal. La relación formal/
informal está presente a lo largo de todas las
movilidades residenciales tanto en el acceso a
la vivienda como en las actividades laborales.
Tal como señalan los relatos, la existencia y
reproducción de los campamentos es parte de
una trama que imbrica espacios, prácticas y
vidas cotidianas. En Alto Hospicio, la etiqueta
“asentamiento informal”, como propiedad
exclusiva del campamento, pierde sentido a la
vista de las prácticas de sus habitantes y sus
experiencias de vulnerabilidad.
Imilán, W., Osterling, E., Mansilla, P. y Jirón, P. El campamento en relación con la ciudad: informalidad y movilidades residenciales
de habitantes de Alto Hospicio. Revista INVI, 35(99), 57-80. Https://doi.org/10.4067/S0718-83582020000200057
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En este contexto: ¿Qué hacer con los
campamentos? pregunta imperativa de la
política pública. A la vista de la experiencia
de Alto Hospicio es fundamental preguntarse
primero ¿Qué son los campamentos actuales?
y ¿cómo se producen y cómo se relacionan
con sus espacios urbanos? Estas son preguntas
tanto de orden teórico como empírico. En los
estudios urbanos chilenos conocemos los efectos
estructurales del capitalismo chileno, con sus
lógicas de rentismo inmobiliario y de políticas
subsidiarias, más aún no hemos discutido lo
suficiente respecto a sus experiencias situadas,
cuyo entendimiento nos llevaría comprender las
complejas tramas de relaciones que sustentan
aquello que hemos llamado informalidad y
precariedad.
La complejidad de la desigualdad urbana que se
encuentra en proceso exige nuevas concepciones
de políticas urbano-habitacionales que no se
dejen reducir a las lógicas de la subsidiariedad
que la han definido, las cuales se han mostrado
incapaces de enfrentar el campo habitacional
en su conjunto, sometido a fuerte presión
especulativa y rentista. Mientras no discutamos
la pertinencia actual y situada de las
concepciones de campamento e informalidad
urbana, seguiremos diseñando respuestas para
preguntas equivocadas. Es urgente repensar
las políticas, de manera honesta, más radical,
y situada.
Agradecimientos
Agradecimientos al Núcleo Milenio Movilidades
y Territorios MOVYT de la Iniciativa Científica
Milenio. Investigación desarrollada en el marco
del proyecto Fondecyt regular 1161437 “Habitar
la ciudad intermedia: Prácticas espaciales
en Alto Hospicio y Padre Las Casas.” (20162019) y del proyecto Fondecyt Regular 247818
“Prácticas de intervenir y habitar el territorio:
develando el conocimiento urbano situado”.
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Revista INVI es una publicación periódica, editada por el Instituto de la Vivienda de la Facultad de Arquitectura
y Urbanismo de la Universidad de Chile, creada en 1986 con el nombre de Boletín INVI. Es una revista
académica con cobertura internacional que difunde los avances en el conocimiento sobre la vivienda, el hábitat
residencial, los modos de vida y los estudios territoriales. Revista INVI publica contribuciones originales en
español, inglés y portugués, privilegiando aquellas que proponen enfoques inter y multidisciplinares y que
son resultado de investigaciones con financiamiento y patrocinio institucional. Se busca, con ello, contribuir
al desarrollo del conocimiento científico sobre la vivienda, el hábitat y el territorio y aportar al debate público
con publicaciones del más alto nivel académico.
Director: Dr. Ricardo Tapia Zarricueta, Universidad de Chile, Chile.
Editor: Dr. Luis Campos Medina, Universidad de Chile, Chile.
Editor asistente: Dr. Walter Imilan, Universidad de Chile, Chile.
Coeditora: Srta. Sandra Rivera, Universidad de Chile, Chile.
COMITÉ EDITORIAL:
Dr. Victor Delgadillo, Universidad Autónoma de la Ciudad de México, México.
Dra. María Mercedes Di Virgilio, CONICET/ IIGG, Universidad de Buenos Aires, Argentina.
Dra. Irene Molina, Uppsala Universitet, Suecia.
Dr. Gonzalo Lautaro Ojeda Ledesma, Universidad de Valparaíso, Chile.
Dra. Suzana Pasternak, Universidade de São Paulo, Brasil.
Dr. Javier Ruiz Sánchez, Universidad Politécnica de Madrid, España.
Dra. Elke Schlack Fuhrmann, Pontificia Universidad Católica de Chile, Chile.
Dr. Carlos Alberto Torres Tovar, Universidad Nacional de Colombia, Colombia.
Sitio web: http://www.revistainvi.uchile.cl/
Correo electrónico: revistainvi@uchilefau.cl
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