ISSN- 2007-5758

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De la sociedad de la información a la sociedad del desconocimiento

Descargar PDFNéstor García Canclini *

 

 

El artículo discute la división que escinde a la bibliografía sobre el tema entre una concepción informacional de la sociedad y una concepción sociocultural de la información. Plantea también los desafíos teóricos y políticos que implica pasar de la simple designación de sociedad de la información o del conocimiento a hablar de una sociedad del reconocimiento, que considere los conflictos interculturales como parte del análisis comunicacional. Por último, incorpora una dimensión más al examinar las políticas del desconocimiento y la desinformación como obstáculos estructurales para la transparencia y la convivencia democrática.

 

The article discusses the division that splits the bibliography on the subject between a conception of informational society and a cultural conception of information. It also poses theoretical and political challenges of moving from the simple designation of the information society or knowledge, to speak of the acknowledgment society, which considers intercultural conflicts as part of the communicational analysis. Finally, it incorporates a dimension to examine the policies of disinformation and misinformation as structural obstacles to transparency and democratic coexistence.

 

Conocer, informar y comunicar son prácticas constitutivas de la primera modernidad. No nacieron en esta época, pero han sido decisivas para la formación del espacio público y la democratización social. Al modificarse las relaciones entre el conocimiento, la información y las comunicaciones, debido a los procesos de globalización e innovación tecnológica, necesitamos revisar las perspectivas conceptuales, las estrategias de investigación de las comunicaciones y su gestión política.

Conocer, y en particular conocer científicamente, fue para la Ilustración el recurso básico para la emancipación y la organización racional de la sociedad. Comunicar ese conocimiento al conjunto de la sociedad era el siguiente paso necesario para liberarla de la tutela religiosa o de las distorsiones ideológicas y propiciar una gestión democrática y armónica de la vida social.

La discusión de los dos últimos intentos teóricos tal vez más significativos de adecuar esta propuesta a la situación contemporánea, los de Jürgen Habermas  y Pierre Bourdieu, han revelado las dificultades adaptativas del proyecto moderno. Así, por ejemplo, Andreas Huyssen señaló que la defensa habermasiana del iluminismo tenía dificultades para aceptar como parte de su herencia los impulsos nihilistas y anarquistas que la modernidad propiciaba o las exclusiones que requería para reproducirse. Respecto de la reconstrucción bourdieuana de las articulaciones entre conocimiento, cultura y poder, llama la atención que su enorme producción teórica y empírica, abarcando campos tan diversos como la educación, el arte, la literatura, las ciencias, el lenguaje, la moda, el parentesco, los intelectuales y el Estado, haya dedicado apenas seis páginas a la televisión en ese enciclopédico examen de las reglas simbólicas de la diferenciación social que fue el libro La distinción. Sólo al final de su carrera, en sus conferencias Sobre la televisión, Bourdieu intentó analizar ese medio, pero descuidando la diversidad de géneros o estilos y limitándose a su vertiente más “razonada”: los modos de presentar la información periodística.

Entre tanto, otros autores desarrollaron estudios sobre las industrias culturales y las contradicciones comunicacionales atendiendo a los aspectos que involucran más la afectividad, como la dramatización y la espectacularización de lo social. Con orientaciones tan diversas como las de los estudios culturales británicos (de Raymond Williams a David Morley), la semiótica de Umberto Eco o la sociología de la información de Manuel Castells se vienen ensayando reconceptualizaciones de la modernidad a partir de lo que hoy significa conocer, informar y comunicar.

Aquí deseamos tratar tres contextos de la investigación comunicacional que actualmente se manejan como opcionales o complementarios: las llamadas sociedad de la información, del conocimiento y del reconocimiento. Veremos en qué sentido, cuando se elige una u otra de estas delimitaciones del objeto de estudio, se está poniendo en juego una concepción diferente de la modernidad. Al final, vamos a considerar una cuarta modalidad, en la cual, más que preferir un tipo de conocimiento y de comunicación, se tiende a desintegrarlos.

 

¿Sociedad de la información o del conocimiento?

La organización social de las comunicaciones ha sido estudiada por el pensamiento crítico como un sistema fracturado por brechas: entre quienes poseen televisión gratuita o paga; o entre quienes sólo reciben entretenimiento o también información estratégica; últimamente, entre los que acceden a las tecnologías digitales y los que quedan afuera o apenas subutilizan sus recursos más elementales, como el correo electrónico y el teléfono móvil, para comunicarse. Asimismo, se analiza la grieta y el desequilibrio entre sociedades centrales y periféricas. Sin embargo, es posible una comprensión más compleja de la significación cultural y social de estos procesos, no como simple polarización.

Primero. Una diferencia teórica clave existe entre quienes hablan de sociedad de la información o sociedad del conocimiento. El primer nombre, sociedad de la información o informacional, designa un modelo de desarrollo en el cual los procesos productivos son reestructurados de acuerdo con el papel central que pasaron a tener la informática y las telecomunicaciones en la generación de bienes y servicios. Implica un aumento exponencial en la capacidad de producir, procesar, almacenar y enviar información, disminuir los costos de producción, incrementar la competencia internacional y liberar y desregular su circulación. Desde la década pasada, en los documentos de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico y la Comisión Europea se concibe esta remodelación sociotecnológica como el resorte para expandir los mercados, favorecer un acceso más extendido a las fuentes de conocimiento, mayor participación política y mejor calidad de vida.  El lugar central que tuvo la industrialización como motor de la primera modernidad es ocupado por las usinas de información: de la fábrica al laboratorio.

En esta línea, se supone que el desarrollo social y cultural más equilibrado depende de que todos los países se integren a la revolución digital e informacional, todos los sectores de cada sociedad accedan a “trabajos inteligentes” y se conecten con las redes donde se obtiene información y se difunden innovaciones. Si la desigualdad no es engendrada por la posesión o desposesión de medios materiales de producción sino por el acceso a los flujos globales de información, la tecnologización productiva, la expansión de los mercados y su integración transnacional generalizarán los beneficios económicos. Quienes tienen una visión más política, no sólo tecnocrática, dicen que el acceso directo y simultáneo a la información va a democratizar la educación y descentralizar la toma democrática de decisiones.

La investigación reciente sobre la convergencia tecnológica y sus consecuencias ha llevado a cuestionar la viabilidad de estas promesas. Se extiende el acceso a la información, pero acentuando desigualdades preexistentes y engendrando nuevas, emergen más grupos de producción y comunicación pero bajo competencia monopólica, las posibilidades no coinciden con las probabilidades de acceso (Becerra, 2003) ¿Hay algo en la propia concepción de sociedad de la información que genera convergencia con aumento de las divergencias y desigualdades?

Una posición diferente es la de quienes hablan de una sociedad del conocimiento, sobre todo si se considera con una perspectiva antropológica. En tal sentido, todas las sociedades, en todas las épocas, han sido sociedades de conocimiento, o sea que todo grupo humano ha dispuesto de un conjunto de saberes apropiado a su contexto y sus desafíos históricos. Este tipo de aseveraciones, que hasta mediados del siglo XX sirvieron para cuestionar las pretensiones de superioridad europea u occidental, condujeron al relativismo cultural que quiso resolver las desigualdades reduciéndolas a diferencias —siempre legítimas— entre culturas: cada sociedad o cada nación tiene derecho a su propio modo de vida. Pero ¿hoy alguna sociedad puede autoabastecerse? Mientras las naciones lograban gestionar con autonomía dentro de sus territorios la mayor parte de los procesos económicos, sociales y culturales, podían considerarse relativamente autosuficientes con sus saberes propios. Al globalizarse los intercambios económicos, las migraciones, los medios de información y entretenimiento, se requiere una concepción que reconozca las diferencias junto con las desigualdades y las interconexiones entre sociedades con formas distintas de conocimiento.

Otro punto crítico es —como decíamos— que la noción de conocimiento manejada en siglos anteriores implicaba una concepción del desenvolvimiento social centrada en las habilidades manuales y el trabajo material, mientras que la actual sociedad del conocimiento atribuye  el desarrollo a la información basada en saberes científicos y tecnológicos. Sin embargo, desde la caracterización inicial de sociedad del conocimiento hecha por Peter Drucker en 1993, se ha modificado ese evolucionismo lineal que postulaba el predominio del trabajo intangible sobre el tangible. Los conocimientos no materiales, tanto del netware (saber almacenado en el cerebro) como el software (conocimiento codificado y transmisible por máquinas), requieren hardware, o sea computadoras,  materias primas e infraestructura física e institucional. Algunos productos demandan más insumos materiales que otros, pero el conjunto de la producción y la reproducción social necesita recursos tangibles e intangibles, relaciones sociales materializadas en espacios y modos de organización. Para la epistemología actual la generación de datos sin estructura no es sinónimo de información, así como la información no puede considerarse conocimiento si no es procesada racionalmente dentro de un sistema de saber. No se trata sólo de una cuestión epistemológica, sino también socioantropológica: la información adquiere sentido en contextos específicos, distintos según las relaciones sociales en las que están insertos quienes la interpretan y utilizan. Es dudoso que hayamos llegado a una sociedad del conocimiento debido a que vastos sectores están marginados de este desarrollo. Tampoco es esperable que avancemos hacia ella sin considerar cómo se imbrican las estructuras productoras de conocimiento y los modos de comunicarlo con los sistemas simbólicos y las relaciones sociales más amplias que condicionan su generación y su uso (Montuschi, 2001).

Segundo. El siguiente contexto de las investigaciones actuales tiene que ver con los desafíos de lo que llamaremos sociedad del reconocimiento. La división entre una concepción informacional de la sociedad y una concepción sociocultural de la información se ha vuelto insostenible. El desenvolvimiento de las sociedades modernas se realiza mediante una construcción multicultural de los saberes, o sea que articula distintos modos de informarse y fundamentar el sentido social. Luego, se necesitan consensos interculturales a fin de que el formidable incremento mundial de conocimientos se use para construir, como postula Dominique Wolton, formas nuevas de “cohabitación cultural”.

Si pensamos la información y el conocimiento como parte de las relaciones interculturales, pasamos a concebir de manera diferente las relaciones entre culturas occidentales y orientales, o las diferencias en la organización de los saberes y de acceso al conocimiento entre adultos y jóvenes en una misma sociedad. El mundo ya no funciona en vertientes separadas: una para los movimientos modernos y globalizados, otra para los tradicionales y comunitarios, Oriente por un lado y Occidente por otro. Tampoco existe un universo de las humanidades letradas paralelo y ajeno a otro de la comunicación audiovisual. Desde mediados del siglo XX el desarrollo interrelacionado de la educación, las industrias editoriales y las tecnologías audiovisuales está diluyendo aquel orden ilustrado que separaba la escritura de las imágenes, la educación del entretenimiento y la información de la comunicación.

Queremos destacar este doble aspecto de la interculturalidad. Por una parte, los intercambios y confrontaciones entre sistemas simbólicos y modos de conocer de tradiciones nacionales diferentes —de Oriente y Occidente, para decirlo de un modo simplificado—, que se acentúan por el acercamiento que hoy intensifican el régimen de comunicaciones transnacionalizado y las migraciones. Por otra, las nuevas formas de interculturalidad que se producen dentro de cada sociedad entre generaciones y sectores educativos enfrentados según el acceso a la reorganización tecnológica de los intercambios sociales. Estas confrontaciones entre culturas diversas ocurren dentro de cada sociedad, y a la vez, como sabemos, se trata de un proceso de recomposición a escala mundial. Los estudios publicados en el libro Comunicación móvil y sociedad (Ariel/Telefónica, 2007), realizados en varios continentes por Castells, Fernández Ardèvol, Linchuam Qiu y Sey muestran notables semejanzas en la “tecnosociabilidad”, en las “nuevas maneras de ser, nuevas cadenas de valores y nuevas sensibilidades sobre el tiempo, el espacio y los acontecimientos culturales” (Castells et al., 2007: 226). Los jóvenes construyen grupos de iguales mediante la sociabilidad en red, donde los contactos son cada vez más selectivos y autónomos. Aun en lenguas diferentes el habla y la escritura juveniles se caracterizan por modulaciones lingüísticas compartidas, presentan códigos estilísticos y de autorreconocimiento semejantes. Las formas que los adolescentes y jóvenes eligen para decidir cuándo y dónde ser accesibles, articular disponibilidad social e intimidad, y transmitir mensajes que no se animan a decir cara a cara, presentan asombrosas analogías en etnografías hechas en Corea, China, Finlandia y Estados Unidos sobre la Generación Txt.

Tercero. El siguiente contexto que hoy condiciona las escalas y estrategias de investigación es el de la globalización de las comunicaciones y la convergencia digital multimedia. Como sabemos, la convergencia entre las industrias de telecomunicaciones, informática y audiovisual deriva de haber homogenizado los soportes y asociado procesos productivos y vías de comunicación creando plataformas y redes compartidas. Hay que investigar en interacción, entonces, dos procesos que los estudios comunicacionales aún suelen trabajar por separado: las fusiones empresariales y las transformaciones en los hábitos de los consumidores. La concentración económica a través de convenios entre empresas editoriales, audiovisuales y de servicios digitales se realiza en alianza con los cambios en la tecnosocialidad cotidiana que integran en un mismo aparato textos, imágenes y músicas. Encontramos, así, complicidades fuertes entre la macroeconomía de las comunicaciones y los nuevos consumos culturales.

¿Van en la misma dirección ambos procesos? Los estudios sobre los nuevos hábitos muestran que la circulación de los mensajes y la apropiación de los receptores están condicionadas por las restricciones mercantiles a la multiculturalidad que ejercen las corporaciones. Pero al mismo tiempo los juegos y las descargas libres de los usuarios combinan los repertorios abriendo otros modelos de interacción y goce más variados. Sobre todo entre los jóvenes crece el acceso a repertorios transnacionales muy heterogéneos difundidos por los medios de comunicación. La conjunción de pantallas televisivas, ordenadores y videojuegos está familiarizando a las nuevas generaciones con los modos digitales de experimentar el mundo, con estilos y ritmos de innovación propios de esas redes, y con la conciencia de pertenecer a una región más amplia que el propio país. Dos obstáculos para esta ampliación del horizonte son la desigual participación en las redes de información y la desigual distribución mediática de los bienes y mensajes de las culturas centrales o periféricas.

 

Reconocimiento y drama

Una conclusión de este análisis multidimensional de la diversidad es que se cruzan las distintas diferencias y desigualdades: étnicas, de género, educativas y de acceso a las tecnologías avanzadas y la comunicación transnacional. Esta interconexión entre procesos que suelen estudiarse separados tiene consecuencias en la investigación y la comunicación de la diversidad, en el análisis de las brechas, así como en el diseño de políticas interculturales.

¿A dónde conduce relacionar los nuevos modos de informarse y conocer con las formas actuales de comunicarse? Volvemos a ver que no puede reducirse la sociedad del conocimiento a sociedad de la información. Si nos interrogamos acerca de qué significa hoy saber, saber para actuar con sentido en la vida social, necesitamos trascender la noción simplemente informativa del conocimiento. Por otro lado, hallamos inconsistentes los estudios clásicos sobre cultura, que incurren todavía en escisiones gutemberguianas o premediáticas: no pueden separarse los modos de elaboración simbólica y comunicación como si los medios audiovisuales masivos fueran sólo proveedores de diversión; la Internet, de información; y los libros, de conocimiento.

La convergencia digital integra, o al menos hace interactuar, los diversos modos de saber, de entretenernos y estar juntos. Seguirá habiendo medios especializados en informar, otros en divertir y otros en producir sabiduría o ciencia. Pero también —unos pocos— especialistas en televisión y videojuegos se hacen preguntas sobre lo que se aprende en ellos, así como las universidades se replantean  —a veces— en qué sentido la difusión del saber puede ser parte vertebral de su tarea. Estas experiencias hacen posible imaginar un pasaje de la reduccionista sociedad de la información a una sociedad plural de conocimiento. Y al concebir el conocimiento en relación con los desafíos de la interculturalidad, intensificada entre culturas, llegamos a pensar en una sociedad del reconocimiento.

En esta dirección, se modifica la cuestión de las brechas culturales y comunicacionales. Las necesidades de convivencia intercultural nos llevan a combinar el estudio de las fracturas —entre países centrales y periféricos, entre informados y entretenidos, entre las culturas letradas, audiovisuales y digitales— con las estrategias de comunicación que facilitan la inteligibilidad y la coexistencia entre sistemas simbólicos y estilos comunicacionales diferentes.

La noción de reconocimiento ha estado presente de varias maneras en los estudios comunicacionales. Recordemos que en el análisis de las interacciones discursivas, al constatar una distancia entre la producción de mensajes y los significados que les atribuyen distintos receptores, se hizo evidente que el sentido de un enunciado no está enteramente contenido en la intención del que lo emite. La teoría de los actos de lenguaje —señalaba hace más de dos décadas Eliseo Verón— implica la diversidad de gramáticas de reconocimiento y de prácticas reinterpretativas de los sujetos que reciben ese mensaje e interactúan en relación con él. Como la diversidad y la interculturalidad aparecen habitualmente en las interacciones lingüísticas, el estudio pragmático debe ir más allá de una semántica formal. Por lo mismo, la investigación sobre medios no puede reducirse a un desciframiento semiótico de los textos; debe recurrir a lo que la historia, la sociología y la antropología pueden revelar sobre la formación y la transformación de los significados en los intercambios sociales. Averiguar qué significa vivir en una sociedad de la información exige estudiar las condiciones de producción, las condiciones de reconocimiento y las operaciones y los desfases que ocurren en la circulación de los mensajes.

Queremos detenernos en una segunda aparición del reconocimiento. La interculturalidad no genera simples desajustes o modulaciones de los mensajes, también crea desentendimientos y conflictos entre culturas étnicas, nacionales, de género y de generaciones. Los estudios de Jesús Martín-Barbero y Germán Rey, por ejemplo, han destacado el papel mediador de las telenovelas —nutridas en la literatura, la cultura oral y el cine—, su capacidad como “género carnavalesco” de poner en diálogo a espectadores de clases y costumbres diversas, de hacer un relato en el que autores, lectores y personajes intercambian sus posiciones ¿Qué es lo que mueve la trama? Más que las vicisitudes amorosas, es “el drama del reconocimiento”,

[…] el movimiento que lleva del desconocimiento – del hijo por la madre, de un hermano por otro, del padre por el hijo – al re-conocimiento de la identidad. ¿No estará ahí, en el drama del reconocimiento, la secreta conexión del melodrama con la historia cultural del «sub» - continente latinoamericano: con su mezcla de razas que confunde y oscurece su identidad, y con la lucha entonces por hacerse reconocer? [Martín-Barbero y Rey, 1999: 124].

Una tercera línea de los estudios comunicacionales, referida a su transnacionalización,  también ha incluido el reconocimiento como parte de las relaciones interculturales: cómo corregir la distribución inequitativa de la información entre clases, regiones de un país o sociedades centrales y periféricas que genera brechas en el acceso a los saberes y el disfrute de los entretenimientos. Los estudios de geopolítica de la cultura y la comunicación, y en particular los referidos a las industrias culturales en los acuerdos de liberalización comercial, destacan la necesidad de reconocer la diversidad cultural. Por lo general son trabajos que documentan y discuten aspectos referidos a las políticas culturales y comunicacionales, y tal vez podrían extraerse de ellos consecuencias teóricas para el análisis de la formación de comunidades transnacionales de conocimiento y reconocimiento.

Sugerimos aquí una línea de elaboración sociocultural de lo que en filosofía se llama, a partir de los libros de Axel Honneth y Paul Ricoeur, “la lucha por el reconocimiento”. La trama de la información, el conocimiento y la comunicación se ha vuelto global en sociedades rediseñadas por la transnacionalización de los intercambios económicos, culturales y migratorios. A diferencia del primer multiculturalismo estadounidense o del “pluralismo” europeo o latinoamericano, que concebían la lucha por el reconocimiento de las minorías mediante políticas cohesionadoras de la información y la educación a escala nacional, confrontamos ahora una disputa mundializada e intercultural. No multicultural en el sentido de una yuxtaposición de culturas que pueden coexistir por separado, como en los barrios de las ciudades estadounidenses o en los canales televisivos que atienden gustos de diferentes grupos bajo la regulación de lo políticamente correcto. En un mundo donde virtualmente todos podemos enterarnos de todo, hay que hacerse cargo de que las caricaturas que a unos divierten pueden ser juzgadas por otros como sacrilegio, o de que las minorías latinoamericanas en Estados Unidos o asiáticas y africanas en Europa conservan hábitos y creencias de sus países de origen aun después de una larga integración.

En la medida en que tiene sentido pensar en la construcción de una modernidad-mundo, como la denomina Renato Ortiz, ésta no se nos presenta como un proyecto de unificación estandarizada sino como modernidad heterogénea e híbrida, no sólo con procesos de fusión sino de conflictos interculturales.

 

Sociedad del desconocimiento

Podemos conocer ahora a los diferentes con más facilidad que en el pasado y podemos comunicarnos con ellos buscando convivir. Pero también se multiplican las políticas que van a contracorriente de la expansión informativa y comunicacional. No como simple ocultamiento, distorsión o acomodamiento de la información sobre los otros datos para descalificarlos, sino como producción de desconocimiento. Scott Lash señala la paradoja de “una sociedad desinformada por la información”. En vez de la transparencia de las decisiones prometidas por el aumento de la información, hallamos  el vaciamiento de la comunicación pública o su saturación con anécdotas y datos insignificantes. Las informaciones efímeras, los fait divers que no van a interesar mañana y no dejan espacio en la comunicación para la argumentación de largo plazo, llevan a Lash a describir la acumulación intensiva de noticias banales como una “facticidad violentamente imperativa” (Lash, 2005: 245) que hace juego con la violencia de los acontecimientos. Aunque debe decirse que la crítica de Lash se concentraba en los formatos de los medios masivos. Otros autores que examinan el desenvolvimiento de la modernidad a partir de la cibercultura, como Pierre Lévy, si bien reconocen el carácter fragmentario y destotalizador del intercambio actual de información y conocimientos, lo ven también como profundización del proyecto ilustrado en tanto promueve “la participación en comunidades de debate y argumentación” (Lévy, 2007: 220).

Otra perspectiva abarcadora de lo mediático y la cibercultura puede formularse en relación con los procedimientos que se observan, por ejemplo, en la gestión estadounidense de las guerras en Afganistán y en Irak, donde la estrategia del gobierno ha sido ir más allá del ocultamiento de la información: prohibir que se muestren fotos de los soldados muertos de ese país o de los féretros que los trasladan a Estados Unidos, acallar las protestas de familiares afectados y esconder los diagnósticos que disienten sobre el futuro de esas acciones bélicas. Aun en centros universitarios dedicados al saber y a su difusión, las políticas de censura posteriores a los atentados del 11 de septiembre controlan qué libros se consultan en las bibliotecas y las páginas exploradas en la web.

Después del ataque del 11de marzo en Madrid, el gobierno de Aznar ocultó la información que evidenciaba la responsabilidad de Al Qaeda y presionó a los medios de comunicación para que lo atribuyeran a ETA. La disputa entre el conocimiento escondido a la prensa, la radio y la televisión, y el que circuló alternativamente por teléfonos móviles, mostró rápidamente las contradicciones entre las políticas de información y desinformación. Pero ni siquiera la elucidación judicial de los hechos y sus responsables logró que desapareciera la confrontación entre las políticas del saber y del no saber.

A estas acciones que entorpecen a las llamadas democracias occidentales hay que agregar los controles ejercidos en decenas de países  —Cuba, China, Corea— sobre los medios masivos y las conexiones a Internet que eliminan zonas enteras del conocimiento social. Si bien en esas naciones vigiladas y censuradas la red funciona, gracias al ciberactivismo, como esfera de información, comunicación y debate, existen leyes y políticas que promueven la desinformación y castigan duramente a quienes la desafían.

¿Cómo trabajar como investigadores y comunicadores en una sociedad que no sólo es del conocimiento sino del desconocimiento? Las políticas de desinformación, como rasgo estructurador de las sociedades contemporáneas, colocan en otro registro la oposición tratada filosóficamente en otro tiempo por Martín Heidegger, Maurice Merleau-Ponty y Louis Althusser entre lo pensado y lo impensado, lo visible y lo invisible. No estamos ya sólo ante una limitación gnoseológica. Ni tampoco se trata únicamente de las restricciones que imponen la pertenencia a una clase o una etnia a lo que somos capaces de percibir y pensar. Por eso, el des-conocimiento no acaba de resolverse mediante esfuerzos personales o epistemológicos de desconstrucción del paradigma en que estamos instalados. Hay políticas gubernamentales y empresariales potentes que no sólo establecen la agenda de lo informable; también construyen lo que no será visto.

Entramos en una época distinta de aquélla en la que criticábamos la jerarquía desequilibrada de la información por la cual las guerras de África con centenares de miles de muertos recibían —y siguen recibiendo— menor espacio en la prensa y la televisión que las noticias de un conflicto de menor escala en los suburbios de París o Nueva York. La convergencia digital, que no es sólo fusión entre medios escritos y visuales, y de las empresas que los representan, sino concentración de todos los medios de información y entretenimiento, incluida la compra de los que intentan un juego alternativo (como YouTube, Myspace y las editoras independientes de discos, videos y libros), abarca también acuerdos de complicidad de estas corporaciones con los gobiernos para ocultar conocimientos: por ejemplo, la alianza entre el imperio mediático de Murdoch y el gobierno de Tony Blair. En Gran Bretaña la participación en la guerra de Irak tuvo más oposición que en Estados Unidos, pero las dificultades y los costos de hacerse oír se vieron en la dimisión forzada de un director de la bbc y en el número de Independent que llevaba la primera página en blanco con las palabras “white wash”.

Debemos hablar, entonces, no únicamente de censura o de jerarquización injusta y tendenciosa de la información. Confrontamos políticas de desconocimiento en un doble sentido: una obstrucción del conocimiento que va junto con la destrucción de la posibilidad de reconocimiento de los otros, de los diferentes, de los excluidos de la hegemonía económica, informativa y del saber.

Cambian, por tanto, las preguntas que han guiado muchas investigaciones sobre la comunicación y sobre las brechas en el acceso. Interrogantes habituales en quienes sostienen una reflexión apocalíptica acerca de los medios  (¿para qué más información?, ¿a quién beneficia?, ¿para qué queremos más aparatos y más conexiones?)  se modifican cuando las colocamos en la serie teórica de información-conocimiento-reconocimiento-desconocimiento. Necesitamos, más bien, preguntar ¿cómo cambian nuestros modos de conocernos y reconocernos con los nuevos recursos para informarnos, para compartir las maneras en que distintas culturas nos representamos y sabemos de nosotros mismos y de los otros?

Aun quienes no manejan una visión apocalíptica sino propositiva de la expansión comunicacional tienden a valorar las transformaciones y los rezagos según mediciones cuantitativas: ¿cuán amplia es la brecha entre quienes acceden a la televisión de paga o gratuita, entre quienes disponen o no de Internet? Y por consiguiente: ¿cómo corregir las desigualdades con políticas económicas, educativas o de regulación comunicacional?

Estas cuestiones son insoslayables en la medida en que la información y el conocimiento constituyen recursos claves para la producción, la generación de riqueza, el nivel de vida y el mejoramiento de la salud. Pero necesitamos avanzar a un nivel no cuantitativo para indagar por la convivencia y el reconocimiento con los otros, si apuntamos los estudios hacia una comprensión crítica de la interculturalidad. Parece ir volviéndose más estratégico que el dilema entre información y conocimiento este otro que dificulta trabajar para el reconocimiento en sociedades donde muchas fuerzas construyen el desconocimiento.

Sigue siendo importante en la sociología y la antropología detectar el carácter predominante de los conflictos (entre clases, etnias, naciones o géneros) y sus combinaciones para obstaculizar la convivencia. Pero han pasado a ser un desafío estratégico las tendencias a ignorar los conflictos, a desconocer su papel destructor o renovador. En nombre del orgullo nacional o étnico, del libre comercio o de la cooperación internacional, de la expansión de los mercados o la resistencia a la dominación extranjera o la amenaza de los migrantes, se suprimen las diferencias, se olvidan las desigualdades y se persigue la ciega reproducción de lo mismo.

El siglo XX fue el siglo del ascenso y el fracaso de las revoluciones contra la desigualdad. Fue, en un sentido menos triunfalista y con caídas menos estrepitosas, el siglo del reconocimiento de la diversidad. Se avanzó en la aceptación de la pluralidad étnica, las opciones diversas de género, las primeras formas de ciudadanía multinacional o la posibilidad de que una persona posea varias nacionalidades y que en algunos países y en algunas ciudades convivan con cierta legitimidad muchos grupos diferentes. El siglo XXI comienza repleto de preguntas sobre cómo mejorar la convivencia con los otros, y si es posible no sólo admitir las diferencias sino valorarlas o jerarquizarlas sin caer en discriminaciones. Cómo vivir con las diferencias y desigualdades en una época de interconexiones globalizadas que vuelve obsoletas las políticas basadas en el simple respeto relativista a grupos aislados.

 

Nota

* Investigador Emérito del Sistema Nacional de Investigadores de México. Profesor Distinguido de la Universidad Autónoma Metropolitana, México, D. F.

 

Referencias

Becerra, M. (2003), Sociedad de la información: proyecto, convergencia, divergencia. Buenos Aires, Grupo Editorial Norma.

Bourdieu, P. (2003), Sobre la televisión. Barcelona, Anagrama.

Castells, M. (1996), La era de la información. Economía, sociedad y cultura. Vol. I, Madrid, Alianza.

—— et al. (2007), Comunicación móvil y sociedad. Una perspectiva global. España, Ariel/Fundación Telefónica.

Drucker, P. (1993), “The Rise of the Knowledge Society” en Wilson Quaterly. Vol. 17, Issue 2, primavera.

García Canclini, N. (2004), Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad. Buenos Aires, Gedisa.

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Honneth, A. (1997), La lucha por el reconocimiento: por una gramática moral de los conflictos sociales. Barcelona, Crítica.

Lash, S. (2005), Crítica de la información. Buenos Aires, Amorrortu.

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Martín-Barbero, J. y G. Rey (1999), Los ejercicios del ver. Hegemonía audiovisual y ficción televisiva. Barcelona, Gedisa.

Montuschi, L. (2001), “Datos, información y conocimiento. De la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento” en  Serie Documentos de Trabajo de la Universidad del CEMA. Disponible en: http://www.ucema.edu.ar/publicaciones/download/documentos/192.pdf

Ricoeur, P. (2006), Caminos del reconocimiento. Tres estudios. México, fce.

Verón, E. (1987), La semiosis social. Fragmentos de una teoría de la discursividad. Buenos Aires, Gedisa.

 

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Versión, Estudios de Comunicación y Política, año 22, No. 33, Abril de 2014, es una publicación semestral Universidad Autónoma Metropolitana, a través de la Unidad Xochimilco, División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Educación y Comunicación, Prolongación Canal de Miramontes 3855, Col. Ex-Hacienda San Juan de Dios, Delegación Tlalpan, C.P. 14387, México, D.F., y Calzada del Hueso 1100, Edificio de Profesores, Primer Piso, Sala 3 (Producción Editorial), Col. Villa Quietud, Delegación Coyoacán, C.P. 04960, México, D.F., Tel. 54837444. Página electrónica de la revista: http://version.xoc.uam.mx y dirección electrónica version@correo.xoc.uam.mx. Editor Responsable: Mtro. Luis Alfredo Razgado Flores. Certificado de Reserva de Derechos al Uso Exclusivo del Título No. 04-2012-120616373200-203, e ISSN 2007-5758, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Mtro. Marco Diego Vargas Ugalde, Universidad Autónoma Metropolitana Unidad Xochimilco. Calzada del Hueso No. 1100 Colonia Villaquietud, Coyoacán. C.P. 04960. México D.F. División de Ciencias Sociales y Humanidades, Departamento de Educación y Comunicación, fecha de última modificación: 11 de junio de 2014. Tamaño del archivo 21 MB.

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