Sólo nombrar esa cosa llamada el alma rusaparece un anacronismo, una obsesión propia de los lectores de novelas de 1890. Sin embargo, la invasión de Ucrania nos ha devuelto a ese punto. ¿Qué significa ser ruso para los rusos? ¿Qué significa ser ucraniano para los rusos? ¿Qué significa ser extranjero? No hay ningún sentimiento de identidad nacional que sea sencillo ni que esté libre de una parte de victimismo, pero el caso ruso parece especialmente complejo.
El nacionalismo ruso moderno, del historiador José María Faraldo (editado por Báltica), da una respuesta a esas preguntas en 124 páginas que viajan desde el siglo de la Ilustración (frustrada) en Rusia hasta la Guerra de Crimea de 2014. Primer dato importante: la cultura del nacionalismo liberal y emancipador decimonónico que en España relacionamos con la Constitución de 1812 fue muy débil en Rusia. "Ese nacionalismo liberal existió, traído por las élites que viajaron a Europa para combatir en las guerras napoleónicas. Muchos de ellos estuvieron en España, por cierto. Pero su proyecto fue derrotado y casi desapareció. Su lugar lo ocupó otra forma de nacionalismo que era más bien un legitimismo monárquico, muy vinculado a la idea del imperio, muy conservador y anticuado", explica Faraldo. El nacionalismo ruso del siglo XIX no hablaba de la conquista de la libertad para el pueblo, sino de la expansión del poder imperial.
"Al final del siglo XIX, ese nacionalismo imperial añadió una idea de antisemitismo que lo modernizó en el sentido de que lo hizo de masas", continúa Faraldo. "El primer gran partido político ruso fue el de las Centurias Negras". Las Centurias, activas entre 1905 y 1917, promovieron progromos y libelos contra los judíos y tuvieron tres palabras por lema: ortodoxia, autocracia y nacionalismo. Dios, patria, rey. Fue un partido protofascista, el más seguido de su tiempo, y combatió en el bando derrotado en la Guerra Civil de 1917.
"En paralelo hay otro dilema que desgarra el siglo XIX ruso y que es el del occidentalismo contra el eslavismo", añade el escritor Jorge Ferrer, traductor de Svetlana Aleksiévich y Vasili Grossman. "Es una tensión permanente entre la tentación tártara, muy asociada a una idealización de lo rural, y el proyecto afrancesado de Pedro I y Catalina la Grande, que se expresa en la urbanización de San Petersburgo. Es el mismo dilema que separa a Turgueniev, que es cosmopolita, y el último Dostoievski, que es eslavófilo". La angustia de ser ruso, desde entonces, se ha concentrado en una pregunta: ¿somos europeos o somos otra cosa? La mala suerte para los europeos es que el gran fracaso de Rusia en la década de 1990 se apuntó al debe de sus partidarios y que, desde entonces, el esencialismo eslavo se ha impuesto. Por eso Putin, con su desprecio a las democracias liberales, gana las elecciones.
Antes, hubo que pasar por 70 años de Unión Soviética, un periodo en el que la cuestión nacional rusa cambió mucho a lo largo del tiempo. En resumen, hubo una época de negación de la identidad rusa y otra en la que ese sentimiento de la nación vieja se asimiló a un patriotismo supuestamente cosmopolita y soviético, pero tan expansivo e imperial como el nacionalismo zarista del siglo XIX. Después, cuando el descontento con el sistema fue obvio, el nacionalismo ruso fue un revulsivo moral para muchos ciudadanos, empezando por Aleksandr Solzhenitsyn.
En medio quedó la gran tragedia que condicionó el significado de ser ruso: la Gran Guerra Patriótica.
O sea, la II Guerra Mundial. "La II Guerra Mundial es, sin duda, el gran asunto en la historia de Rusia. Mucho más que en el Reino Unido o que en ningún otro país. La guerra es el centro de la identidad colectiva y se enfoca desde una idea de agravio: Europa nos debe algo por haber parado a Hitler. En Rusia no puedes decir 'Segunda Guerra Mundial', alguien te reñirá en seguida, te dirá que se dice Gran Guerra Patriótica. 'Fue nuestra guerra, no la vuestra, no respetáis la sangre que derramamos', te dicen. Y, en parte lo entiendo", explica a EL MUNDO la inglesa Anna Reid, autora de Leningrado (Debate), una historia del asedio alemán a la antigua San Petersburgo.
"La memoria del sufrimiento en la Guerra es un mito tremendo en Rusia; es imposible tomar distancia, pretender que no condicione la política, ni relativizar su importancia en el mundo actual. Está basado en el victimismo más profundo que pueda imaginar y sirve para todo. La prueba está en el argumentario de Putin en Ucrania. Lo primero que dijo es que el Gobierno de Ucrania es nazi. Es un dolor muy profundo que ha sido santificado. y el caso es que los rusos sufrieron muchísimo con los nazis, pero los ucranianos y los bielorrusos sufrieron aún más. Pero eso no se puede decir", explica Faraldo. "Lo curioso es que otras experiencias de dolor colectivo en la historia de Rusia, las hambrunas, las purgas o la brutalidad de la Rusia zarista, están muy veladas en la memoria rusa. Nombrarlas hoy está casi perseguido".
El nacionalismo de la nueva Rusia es una suma de todo eso: de la oposición al cosmopolitismo de las élites que llevaron al país a la ruina en los años 90; del orgullo imperial heredado desde el zarismo y amplificado por los años soviéticos; de una extraña mezcla de integración (el término ruskii, ruso, es más amplio que el de rosiiskii, rusiano, y recoge la diversidad étnica de Rusia) y de una xenofobia feroz, de la experiencia traumática de la II Guerra Mundial... ¿Qué hila esas ideas? "Un sentimiento de agravio constante y el recuerdo de haber vivido una humillación que debe ser reparada. Es algo casi psicológico", dice Faraldo.
Sólo falta preguntar por Ucrania. Según el libro de Faraldo, Ucrania es el otro núcleo de dolor del nacionalismo ruso, la prueba de la ingratitud del mundo. "Desde el siglo XIX, Ucrania ha sido vista por los rusos como un estereotipo: Ucrania es un país de paletos, de gente vulgar que habla un dialecto malsonante del ruso y a la que se menosprecia. Se piensa que el nacionalismo ucraniano es antirruso. Y aunque es verdad que lo es, al menos en parte, la historia es más compleja. En Ucrania, en el siglo XIX, sí existió un nacionalismo liberal que, después, tuvo una derivación de ultraderecha y terrorista, pero en territorio polaco", termina Faraldo. Esa tradición antidemocrática del nacionalismo ucraniano, encarnada por el siniestro Stepan Bandera, fue manipulada y magnificada por la nueva lectura rusa de la Historia, una excusa para ahondar en el gran agravio: el mundo contra mí.
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